El izquierdismo y la derecha dura corren el riesgo de desangrarse. Vivimos en un país en el que Pablo Iglesias le llama políticamente imbécil a Yolanda Díaz, mientras el portavoz de Vox se apaga por momentos ante los medios, sin ofrecer ningún balance legislativo. El desatino de Podemos rebaja la ratio del bloque de la izquierda en los sondeos y paralelamente la ausencia de modelo en el núcleo PP-Vox desnuda a Feijóo, un pragmático doctrinalmente plano.

La España de las banderías de Valle y Galdós no se acaba; solo, si es el caso, se corrompe. Mientras el Estado se estruja, Cataluña opta por la densidad gradualista. En Junts emerge la figura neokantiana de Jaume Giró, que inicia una turné por veguerías, monsergas y comarcas para disputarle el liderazgo exconvergente a Laura Borràs, pensando ambos en el trono de la Generalitat; ella, la Doña, no atiende a razones, no se cree todavía que está inculpada por su pufo en la Institució de les Lletres Catalanes, una entidad que por lo visto lo aguanta todo. Giró, por su parte, donde pone el ojo pone el cañón y si lo hace en las autonómicas aplicará la negociación entre partes, como aprendió junto al malogrado ingeniero Duran Farell en la jaima de Muamar El Gadafi, en los tiempos es los que ambos cerraban las compras de gas libio. A su paso por La Caixa, Giró aprendió la ciencia lúgubre de Fainé. No es un parvenú con miedo ante la opinión. Es duro y bueno “en el buen sentido de la palabra bueno”, como dijo el poeta.

Hoy debuta la selección de Luis Enrique en Qatar, con sensación de vacío después de que el país del emir impidiera a Harry Kane llevar el brazalete multicolor de la iniciativa One Love. En el partido Inglaterra-Irán, jugado anteayer, la FIFA le impidió a Kane visibilizar la homofobia de la teocracia catarí con el brazalete, y la selección británica hizo mutis por el foro. Finalmente, como vimos todos, Kane dejó en la caseta el brazalete arcoíris y se puso el distintivo oficial. Una descortesía de libro por parte del anfitrión, que solo se saltaron los jugadores de Irán en protesta inesperada contra el régimen dictatorial de Teherán. El gesto de los futbolistas iraníes recuerda el de los atletas del Black Power, en la Olimpiada de México (1968), protestando desde el podio contra la segregación racial en EEUU. Veremos qué les pasará a los iraníes de vuelta a su país. De momento, el poder del dinero anula cualquier reparo moral.

España se guardará muy mucho de salirse del guion. Londres podría haber dado su opinión, pero no dijo nada y el Ministerio de Cultura español, padre putativo de la Federación de Fútbol, tampoco abre la boca. ¿A qué espera el incombustible Miquel Iceta para soltar un exabrupto? El nuevo Fouché está casado con Dios y con el diablo; sí, ya lo sabemos, es el más listo, pero arrearle un buen mandoble simbólico al señor del turbante le sentaría de maravilla.  

Harto del presente cainita, Manuel Vicent publica Retrato de una mujer moderna, sobre la gran Concha Piquer, valenciana, nacida pobre, coplista maravillosa, desinhibida y valiente; llegó procedente de Nueva York en el 39 y cada vez que cantaba la estrofa que dice “apoyada en el quicio de la mancebía” la censura le imponía una multa de 500 pesetas. Ella nunca se calló en el Tiempo de silencio, el título acertadísimo de Martín Santos. Cantó y bailó con la aprobación unánime de un público entregado, que sigue queriéndola a lo largo de generaciones. Ella alegró la España del pan negro; nunca cedió ni le entregó al poder la fiabilidad de sus ojos verdes como la albahaca. Calentó las noches frías en la casa del pobre, evitó el verde celadón de la nobleza y encendió soflamas en los saloncitos de la mesocracia.