La kale borroka catalana de los CDR no empata por el hecho de no haber sido considerada terrorismo. El atentado de Alsasua, en pleno juicio oral, empata menos, porque allí hubo violencia dura. En el norte de la Diputación Foral de Navarra, limítrofe con Vizcaya, te preguntan: ¿Si no estabas de acuerdo, qué hiciste tú contra ETA? Es impropio. ETA mataba, y el resto, no. Entre el terror miliciano y el miedo se pierde el sentido de la realidad. Las víctimas inocentes no tienen ninguna obligación de convertirse en héroes. ¿O es que ahora también les vamos a pedir currículum de guerra a las buenas gentes atemorizadas por los prepotentes armados? Además, conviene no olvidar que la víctima convertida en héroe suele ser el preámbulo de la mentira, como escribió Javier Cercas en El impostor.

El empate es una indignidad. No hay empate posible entre quienes coreaban a ETA y quienes vivían en silencio. Ahora, el juicio oral del caso Alsasua nos devuelve la violencia ejercida contra dos guardias civiles indefensos y sus parejas, y el perdón a los agresores a cargo de un entorno cultural de Euskal Herria que silencia a la víctima y justifica al verdugo. La normalización del acto criminal (pelea de bar) nace en la mitificación del pasado. Dichosa memoria. Frente a ella, hay dos remedios que siempre funcionan: el respeto y la cultura, dos corredores de fondo que acaban ganando. Veamos el ejemplo de la Alemania nazi: mientras Hitler afirmaba que "los judíos, impotentes y degenerados, no tienen la pureza del sentimiento artístico alemán", dos grandes de las letras de origen semita, como Stefan Zweig y Joseph Roth, iniciaban una correspondencia que todavía nos ilumina. El Tercer Reich duró mientras mantuvo en vilo sus bayonetas, pero el nexo Zweig-Roth es inmortal; es parte de la semilla pacifista que alumbra sencillamente el milagro de Europa.

En el mundo de la ficción, La marcha Radetzky de Roth fue un relato de resistencia, como lo es, salvando las distancias, Patria de Fernando Aramburu o como lo son, en otro orden de cosas, los ensayos muy coyunturales de la Cataluña actual lanzados por Santi Vila o Joan Coscubiela, y especialmente la celebrada tesis del postprocés de Jordi Amat, bajo el título de La conjura de los irresponsables.

La nación catalana de la era del procés es un cascarón vacío, montaraz y vocinglero. Pero además, su metrópoli, Barcelona, ha sido fertilizada por el griterío indepe, ante la dejación impávida de una izquierda soi-disant comunera

La intención es la misma: resumir desde alguna trinchera la muerte de la ciudad ("El valor añadido del mestizaje", escribió Le Corbusier) en manos de la nación-religión; expresar el epítome de lo urbano o la conversión de la cultura universal en el ruidoso vacío del presente en el que solo sobreviven el comercio, la industria del ocio y el fetichismo de la mercancía. La nación catalana de la era del procés es un cascarón vacío, montaraz y vocinglero. Pero además, su metrópoli, Barcelona, ha sido fertilizada por el griterío indepe, ante la dejación impávida de una izquierda soi-disant comunera.

Ante el juicio de Alsasua se dirime la proporcionalidad entre delito y pena. Iñaki García Arrizabalaga no entiende por qué a uno de los agresores de Alsasua le piden 62 años, mientras el miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas que secuestró y mató a su padre en 1980 fue castigado solo con 33 años. Iñaki --¡felicidades valiente!-- participa en los encuentros entre víctimas y etarras arrepentidos auspiciados por Interior, en un intento de cicatrizar heridas del pasado. Al otro lado del terror, es un buen momento para recordar el caso de Ion Arretxe, dibujante y escritor, detenido en Rentería en 1985, trasladado al cuartel de Intxaurrondo donde fue torturado y donde conoció a Enrique Rodríguez Galindo, el ex jefe de la Guardia Civil al que le cayeron 71 años de cárcel por el caso Lasa-Zabala. Los abusos de Intxaurrondo fueron castigados por la justicia. No vale recordar solo la tortura, como tampoco vale recordar solo los asesinatos de ETA. La justicia se ha aplicado en ambos casos y la memoria no puede mejorar ni empeorar lo que ocurrió.

La cartografía de la culpa exige pruebas. Y por más que las instituciones autonomista y municipal se muevan arbitrariamente hacia el lado de los atacantes, solo avanzaremos a base de pruebas

Ahora, en Alsasua, la cartografía de la culpa exige pruebas. Y por más que las instituciones autonomista y municipal se muevan arbitrariamente hacia el lado de los atacantes, solo avanzaremos a base de pruebas. El Parlamento navarro y la alcaldía de Pamplona se volcaron el pasado fin de semana apoyando una gran manifestación que sirvió de pretexto al argumento exculpatorio, según el cual, la paliza propinada a un teniente y un sargento de la Guardia Civil fue una simple pelea de bar. Argumento falaz. Lo contrario, el uso de la kale borroka criminal para amedrantar a los cuerpos de seguridad que una parte de la población quiere expulsar de Navarra se acerca más a la verdad. Pero desgraciadamente conduce a la versión de la Audiencia Nacional, cuando acusa de terrorismo a los ocho ciudadanos que atentaron contra los dos agentes y sus parejas, en un abuso que pudo resultar fatal. La confusión procede de la modificación del Código Penal realizada en 2015 ante la amenaza de los lobos solitarios del yihadismo. Entonces, se legisló en caliente, para poder inculpar a las células autónomas del ISIS que castigaban a las ciudades europeas. Y se legisló mal. Se amplió el Código Penal dejando a los jueces un margen de interpretación demasiado amplio. Se tocó el código intocable que sirve como reverso negativo de la Constitución. Se retorció el lado oscuro de nuestros derechos.

La primera versión de Alsasua --la pelea de bar-- es una excusa imperdonable para enmascarar un acto criminal. La segunda versión parte de la base de que la guerra de ETA se mantiene, y que la banda criminal la está ganando a título póstumo. Pero se equivocan quienes hacen del pasado un memorial histórico para justificar su tumulto frente a la sombra (solo sombra) de aquel pasado. El supuesto neofranquismo español que denuncian los indepes catalanes es precisamente esto, una revisitación inútil de lo que no volverá.

Si no nos deshacemos de la impertinente memoria, se formará un vacío a nuestro alrededor. Tendremos que huir hacia los confines, acompañados de cocheros con barba y caftán. Será como nadar en un lago cristalino, donde puedes respirar bajo el agua.