¿Se acuerdan de Steve Bannon? Pues aquel asesor político que ayudó a Donald Trump a ganar las elecciones presidenciales en EEUU, vive en Italia al socaire muelle de Berlusconi y del ala creacionista del mundo tridentino, que hoy reclama una hegemonía contra Francisco en el Vaticano. Bannon quiere reunir a los partidos ultras europeos --AfD alemán, el ÖVP austríaco, la Liga Norte lombarda, el Vox español o la Crida de Puigdemont-- bajo un mismo paraguas con el que pretende dar un vuelco a la política de Bruselas; pero además, este hombre-ogro está a favor del procés, el gran disolvente de la Europa unida y fuerte.

Debo agradecerle, mira por donde, a Javier Maroto su crítica a Vox. El partido de Santiago Abascal es una infatuación del autoritarismo, curiosamente concomitante con el austracismo de bolsillo que practican Junqueras y sus combatientes en contra de cuatro décadas de libertad bajo el Estatuto del 78 y de igualdad bajo el imperio de la Ley. Aunque lo diga porque el ascenso demoscópico de Vox lo ha convertido en un rival de verdad,  Maroto lo dice bien. El vicesecretario de Comunicación del PP sabe que el fascismo y el nacionalismo se han encontrado en el siglo XXI, bajo el denominador común del populismo. Lo demuestra el hecho de que los dirigentes indepes catalanes son aplaudidos por élites corruptas, que abominan de los derechos humanos. La ruptura catalana está igual de bien vista por el entorno íntimo del inquilino de la Casa Blanca, que por un paneslavista como Putin. Lamentablemente, Putin, Trump, Orban, Salvini, Bannon o Junqueras (sí, el sabio historiador sabe que no se puede ir tantas veces a la fuente sin que se rompa el cántaro). Todos pertenecen a la misma pornografía política; basta ver con qué chulería obvian a la disidencia.

Cataluña es solo una trinchera de la batalla a escala global entablada entre la xenofobia y el humanismo europeo; entre el populismo y el progreso. La Cataluña separatista nació del exceso refrendista y plebiscitario, del desprecio por el sufragio, en busca de un cambio de estatus irreversible con menos de la mitad del electorado. Su claro-oscuro pertenece a una corriente euroescéptica fruto de la depresión económica y de la complejidad de la política actual, en plena crisis de representatividad. Los políticos constitucionalistas, por su parte, no han sido capaces (último CEO) de crear una plataforma común, “no frentista, sino abierta”, en respuesta al independentismo, tal como pidió el llorado Manuel Marín, excomisario europeo con Jacques Delors y Jacques Santer, ex presidente del Congreso y figura del mejor despotismo intelectual hispano, como lo es hoy José Borrell, pese a quien pese, así sea el cucaracho rufianesco que se revuelca en el serrín. Marín fracasó en su intento de insuflar el better togheter de los mejores políticos británicos, como Gordon Brown, en la dispersión de los grandes partidos españoles.

Después del detritus de los hiperventilados, el camino lo marca Escocia con su devolution plus, la nueva fórmula de relación entre Edimburgo y Londres, prolongación de aquella devolution irlandesa, que abrió las puertas del fin del terror en el Ulster. Los escoceses han aprendido a situarse sobre intereses concretos y ahora miden la independencia con la calculadora, no con el corazón. Los ministros principales de Escocia, Alex Salmon y Nicola Sturgeon, ya no engañan a nadie.

Dado que no trabaja y que lo han dejado solo a los mandos del juguete, Torra dice que el sondeo del Real Instituto Elcano, señala que la ciudadanía europea está a favor de la independencia. Claro que por auténtica ciudadanía, Torra entiende a sus hillbillies, los blancos parados del cinturón del óxido, (Hillbilly, una elegía rural; de JD Vance; Ed. Deusto). Este target analógico de Trump en la Cataluña de Torra son los pelotones de jóvenes sin rumbo de los CDR o de Arran, diezmados por la incultura y el trifásico de Negrita en el Casal de la Vila; unidos por la caries y la alarmante desescolarización del campo, tras años de rapiña y privatizaciones de Pujol y Mas.

Europa necesita una España unida y justa --dice el ministro de Exteriores alemán, Heiko Maas-- para ocupar el vacío que deja Gran Bretaña, estafada por los políticos populistas del UKIP, con el atrabiliario Boris Johnson al frente. Sí y también necesita olvidar (si es de forma indolora, mejor), el méme combat de Abascal y Junqueras, dos tipos que hoy cuentan con la ayuda de Bannon, el fabricante de poderes, basados en la mentira criminal.