“Quienes han blanqueado a la ultraderecha pactando con ellos tienen gran parte de culpa de su crecimiento”. Esta afirmación de Ana Naranjo, parlamentaria cordobesa de Izquierda Unida, se ha convertido en un mantra entre las izquierdas andaluzas que desean ignorar la evidencia. En realidad, lo que ha conseguido el apoyo de Vox al gobierno PP-Cs es reforzar aquellas políticas conservadoras que ya fueron aplicadas durante el reinado del PSOE, y fueron consentidas por IU en sus respectivos gobiernos de coalición a cambio de los cargos preceptivos.

En educación el gobierno PP-Cs ha continuado el bloqueo de inversiones en centros públicos y la financiación de escuelas concertadas, prácticas ya fomentadas por los consejeros socialistas, en ocasiones con apoyo de IU. En sanidad el consejero Aguirre no ha tenido más remedio que revertir algunos --sólo algunos-- de los brutales recortes ideados y aplicados por María Jesús Montero cuando estuvo al frente de la Consejería de Salud.

La defensa del latifundista y sus cotos cinegéticos que ahora abandera Vox, es una herencia de la política agraria de reforestación --amparada en las directrices de la UE--, cuyas multimillonarias ayudas tanto han favorecido a los grandes propietarios de fincas y ganaderos de postín, gracias al “peculiar” control de la administración encabezada por los sucesivos consejeros y consejeras de agricultura. La Escopeta Nacional nunca ha sido desactivada.

Algunos jóvenes tuiteros de la izquierda asocian ahora la omnipresencia cofradiera con los cayetanos. ¡Qué débil es la memoria democrática que tanto defienden! Durante los últimos cuarenta años ha sido constante el apoyo económico y mediático de las diputaciones y de los gobiernos municipales con mayoría de izquierdas --a los del PP se les supone que va de suyo-- a la multiplicación de exhibiciones semanasanteras y al marcaje cotidiano del callejero con referencias a vírgenes y jesuses cautivos, nazarenos o del gran poder. La eclosión mariana y romera en Andalucía desde 1980 hasta 2019 no es una herencia directa del barroco contrarreformista o del franquismo nacionalcatólico, es una reinvención impulsada y subvencionada durante la autonomía democrática. Si Carlos III levantara la cabeza.

Susana Díaz ha afirmado que Juanma Moreno y su escudero Marín han pactado los presupuestos de la Junta con “los herederos del franquismo”, y el portavox montó en cólera, no le faltaba razón. Los lamentos de la izquierda ante la connivencia de los ultras nacionalistas con el dictador son una vergonzosa exhibición de cinismo. Si Queipo de Llano y señora siguen enterrados en la Basílica de la Macarena, privada pero abierta al público, y si la Virgen sale cada año con las joyas y demás atributos del genocida es por la exclusiva responsabilidad de los sucesivos gobiernos de PSOE-A e IU, incapaces o temerosos de aplicar sus propias leyes. Si el nomenclátor callejero franquista no se cambió en Córdoba fue por la indolencia o cobardía de los anteriores gobiernos municipales, empezando por el primero del PCE. Ejemplos como éstos se repiten en las todas capitales. La permanencia de vestigios franquistas en las calles andaluzas es responsabilidad de quienes han sido sus gobernantes durante cuarenta años, no de los nacionalistas sobrevenidos.

Antes de la llegada de las derechas al poder, unos pocos críticos osaban relacionar el proyecto socialista de lo andaluz, tan difundido por Canal Sur, con un disimulado españolismo y el impostado andalucismo de sus líderes y presidentes de la Junta. Todo iba sobre ruedas porque el autonomismo españolista del PSOE-A también era compartido por el resto de partidos con representación parlamentaria. Es cierto que ese españolismo apenas ha tenido equipaje intelectual, pero, eso sí, ha estado bien pertrechado de artefactos clientelares y prácticas socioculturales religiosas e interclasistas. El reparto encabezado por Clavero Arévalo, iniciado en la Transición entre élites recién llegadas y las de rancio abolengo, ha continuado durante décadas sin apenas alterarse.

Pero ese oasis andaluz ha empezado a desequilibrarse. El salto cualitativo y cuantitativo del españolismo al nacionalismo español, impulsado por el reto separatista del nacionalismo catalán y su desprecio al común de la ciudadanía, ha favorecido el rápido arraigo del partido de ultraderecha en el Sur. Y en un clamoroso error táctico, los partidos andaluces de izquierdas han abandonado a su suerte su disimulado pero interiorizado españolismo y el de buena parte de sus votantes, en lugar de disputarle al nacionalismo algunos aspectos de ese espacio identitario, caza y toros incluidos.

Vox no ha aterrizado en tierra extraña. El crecimiento de la ultraderecha no ha sido una consecuencia de los pactos parlamentarios con PP-Cs, sino de la siembra españolista que el PSOE-A ha mantenido año tras año con la complicidad de IU y el PP, y de la que ahora parecen avergonzarse. Mientras, el nacionalismo español conquista Andalucía, una vez más. Después vendrán los lamentos, cuando ya sea tarde. Llueve sobre mojado.