Una vez más dos grandes bloques han definido los debates políticos de cara a la elección del 14F que han repetido, con los matices propios y coyunturales, los argumentos conocidos. El nacionalismo catalanista ha definido en sus distintas versiones la manera de conseguir la independencia y se han mostrado las estrategias de cada opción política para lograrla, con los reproches a los otros por no seguir el camino adecuado para alcanzarla. El bloque constitucional, los partidos partidarios de que Cataluña siga en España, han mantenido sus posiciones, modulando las fórmulas para conseguirlo, incluido Comuns-Podemos, que considera posible un referéndum de autodeterminación en el que defendería la permanencia del Estado.

 El PSC ha insistido en el desarrollo federal y la España plural que contiene varias naciones, utilizando la expresión de Anselmo Carretero, un exiliado socialista leonés, que publicó en México Las nacionalidades españolas en 1952 en el que se refirió a “nación de naciones”, lo que se ha interpretado como que aceptaba que España era un conjunto de varias naciones (siete u ocho, creo, según Iceta), y probablemente el término nacionalidades en la Constitución de 1978 estuvo basado en su libro. Pero interpreto, como lo hizo Pedro Insúa en El Español (30/01/20), que estaba utilizando el genitivo reduplicativo o superlativo como se expresa en La Biblia con “rey de reyes”, refiriéndose a Jesucristo, o “vanidad de vanidades”, (Eclesiastés11:8-11) para referirse al deseo de poseer los bienes temporales terrenales que no son más que algo vacío, evanescente, alejados del verdadero camino de los bienes eternos, una figura literaria, en suma, que redunda en el concepto. Para Carretero no existía más que una nación, España, y ella es resaltada de manera preponderante con esa figura analógica bíblica.

Según las encuestas, Ciudadanos perderá el papel hegemónico del constitucionalismo en Cataluña, y el PP y Vox competirán por ver quién es más españolista y menos nacionalista. Las cosas no parecen avanzar hacia un lado u otro. Si ponemos en un plato de la balanza lo que cada uno de ellos ha publicado y difundido en pro, en un caso, de la permanencia de Cataluña en España, y en otro la literatura académica y política que aboga por el derecho a la autodeterminación para convertirse en un nuevo Estado, no hay manera de salir del laberinto.

Desde la politología, la historia, la sociología o la cultura se ha debatido con insistencia sobre el concepto de nación, el nacimiento de la conciencia catalanista desde el siglo XIX, los proyectos culturales y la asunción de la patria catalana por los partidos políticos que han ido configurándose en la defensa de un estatus propio para Cataluña dentro de España o propugnando la separación del resto de España. El viraje del catalanismo representado por CiU y Esquerra hacia la independencia fue un proceso que comenzó en los años 90 y se acentuó a partir de 2006. Autores como Vicenç Villatoro, Patricia Garbancho, Víctor Aleixandre o historiadores como Albert Balcells, Josep Termes, Santiago Sobrequés y en su ultima etapa Josep Fontana, entre otros, contribuyeron a la difusión del independentismo intelectual y político. Y desde otra perspectiva se ha intentado clarificar cómo Cataluña ha participado de manera preponderante en la formación histórica de España como estado y nación, y que solo en el siglo XX ha habido una apuesta política soberanista que fue minoritaria.

Los estudios de Ricardo García Cárcel, de Carlos Martínez Shaw, Ucelay-Da Cal o Roberto Fernández, entre otros, hasta la aportación de Joan-Lluís Marfany en Nacionalisme espanyol i catalanitat con la revisión de lo que supuso la Reinaixença, hay toda una literatura producida principalmente desde Cataluña que ha contrarrestado las interpretaciones de un nacionalismo excluyente. (L’ aproximació habitual  als estudis històrics de tota mena sobre la Catalunya vuitcentista és, com a màxim, de reconèixer que els catalans de l´época acceptaven universalment que pertanyien a la nació española, p. 748).  En ambos lados hay varios matices diferenciados, pero si utilizamos el sic y el non escolástico al final nos encontramos frente a frente con los que defienden un Estado Catalán y aquellos que consideran que Cataluña debe seguir en España, aunque difieran sobre cómo engarzar esa relación: desde el federalismo asimétrico al autonomismo igualitario, con algunas diferencias en las competencias, con otras comunidades españolas, o la vuelta al regionalismo tradicional.

La contienda parece excluir puentes intelectuales, y los pocos que existen, de carácter político, se refieren a cuestiones coyunturales para conllevar la situación con los menos costos posibles. Son tácticas para dilatar la cuestión en algunos casos, o para ir dando pasos en el proceso independentista, considerando que no tiene vuelta atrás la permanencia en una España que desprecia todo tipo de catalanismo como un elemento de inestabilidad territorial que debilita al Estado. Y, además, supone una insolidaridad pues interpretan que el resto de comunidades españolas también han contribuido a la preeminencia social y económica de Cataluña. De ahí que uno de los debates más enconados haya sido el de cuantificar la proporción en que los catalanes contribuyen al PIB español y a los gastos del Estado y el consiguiente mantra independentista de que “España nos roba” frente a los datos aportados por otros (J. Borrell y J. LloracLas cuentas y los cuentos de la independencia”, 2015) en los que pretenden demostrar que no existe ni tal desproporción ni tal roboen los que pretenden demostrar que no existe ni tal desproporción ni tal robo. Es una polémica que tiene su semejanza con lo que ocurre en Italia con la Liga Norte y su rechazo del Mezzogiorno italiano, con unas regiones que sustentan su bienestar por las aportaciones del Piamonte, La Lombardía, el Véneto o la Toscana donde se concentra el desarrollo económico, industrial y agrícola, de Italia.

La combinación de las tesis nacionalistas soberanistas con la insistencia en una cultura y una lengua como signos identitarios y la capacidad económica que entronca con la revolución industrial, son los principales elementos que sirven para sustentar los proyectos independentistas. Y así las estructuras teóricas defendidas por el nacionalismo se caracterizan, en esencia, por considerar que solo se saldrá del atolladero social y económico de aquellas otras regiones españolas que sostienen su bienestar gracias a la aportación catalana cuando se vean en la necesidad de basarse en sus solas capacidades. Esta posición “conductista” defiende que la independencia será beneficiosa para Cataluña y para el resto de España. En cambio, para otros, si existe una descompensación en el aporte catalán al sostenimiento del bienestar de parte de España hay que entenderlo como la familia que ha de mantener, por sus lazos históricos y sociales, a aquellos miembros con menores capacidades, ya que eso forma parte del entramado de una sociedad solidaria.