Aparentemente sin darnos cuenta, el mundo está pasando del modelo económico del dólar americano al de la tecnología china, del poder del dinero del siglo XX al de los datos del XXI.

China lleva años ejecutando un plan estratégico para liderar el mundo gracias a la innovación y la tecnología. El plan es sencillo, abrirse al mundo para copiar y aprender, crear sus propias infraestructuras y cantera de talento, disponer de las materias primeras y suministros, crear sus propias empresas tecnológicas, inventar en China soluciones únicas y punteras, regular los competidores de su propio mercado y venderlas al gran mercado del mundo, todo bajo el control del Gobierno chino.

Para ello, China busca liderar los diferentes ámbitos tecnológicos de la nueva macroeconomía, basada en el conocimiento, los datos y la tecnología. Algunos lo llaman tecnocracia; otros, geopolítica para la soberanía tecnológica. Yo lo llamaría visión macrotecnológica, porque la tecnología ya no tiene fronteras.

China ha decidido invertir de manera decidida en los diferentes ámbitos de conocimiento punteros como la genómica, la biología sintética, la computación cuántica, la ciberseguridad, el 5-6G, las renovables, la ciencia de datos, la inteligencia artificial, la robótica y los satélites.

Uno de los primeros ejemplos fue la creación del Beijing Genomics Institute (BGI) en 1999. Lo que empezó como un centro de investigación para secuenciar genomas es hoy un holding de empresas que provee de tecnología médica, de equipos, de instalaciones y de servicios a todo tipo de compañías, hospitales y aseguradoras del mundo con múltiples filiales y laboratorios.

Hace años que China promueve la nueva ruta de la seda con el objetivo de proveerse de las materias primas de esta nueva economía que se encuentran en terceros países (africanos), principalmente minerales críticos para semiconductores y baterías, y establecer nuevas rutas de conexión para llevar sus propios productos alrededor del mundo y evitar depender de terceros. En este sentido ahora trata de aliarse con el Gobierno talibán de Afganistán por sus minerales, el control definitivo de Hong Kong así como el de Taiwán por su situación y fábrica de semiconductores que produce el 55% de toda la producción mundial.

De manera continuada, ha promovido la creación en tiempo récord de sus propios gigantes tecnológicos (BATX Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi), para contrapesar a GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft), sus propias macroincubadoras de startups, sus propios bancos y plataformas de crédito para pymes, clústeres de innovación (Shenzhen-Hong Kong-Guangzhou y Shanghái), y sus propias grandes infraestructuras (superordenador cuántico o el acelerador de partículas), todo ello controlado, de manera directa con inversión o indirecta por la regulación, por el Gobierno chino.

Para llevar a cabo todos estos proyectos, en breve tendrá más de 200 millones de titulados STEM (acrónimo en inglés para ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) y establecerá un programa de retorno de expatriados científicos chinos como el de “tortugas azules”, símbolo de China.

Aun así, no se anticiparon al potencial de la blockchain y el mundo cripto, pero ya han reaccionado y con mano dura, prohibiendo cualquier transacción a cualquier ciudadano o empresa con ellas y creando el yuan chino. También oponiéndose a la participación de capital externo en sus tecnológicas o el crecimiento de las de fuera en su mercado. La regulación y el control del Gobierno les hacen implacables y, por ejemplo, esta semana han conseguido que Linkedin salga de China por no cumplir los requisitos que les exige el Ejecutivo en cuanto a la (falta) de libertad de expresión.

Esta semana, un exdirectivo del Pentágono ha declarado que China ya ha ganado la guerra del siglo XXI, la de la inteligencia artificial. Las armas hoy son digitales y cibernéticas y la metralla son nuestros datos.

En la era del humanismo tecnológico, cuidado con los tóxicos, troyanos y trolls y rodeaos de Sinergentes que siempre suman aptitudes, conocimientos y valores.