Hay que ver cuánta vestidura rasgada y cuánta aparente sorpresa han suscitado los insultos racistas a Najat Driouech, diputada de ERC, el otro día a las puertas del Parlament por parte de feligreses de Junts per Catalunya. Si no me fallan las cuentas, han salido el diputado Ten, el abogado Boye y el fugado Puigdemont –entre otros cargos del mismo partido— a condenar que le gritaran a la diputada, entre otras lindezas, “mora de mierda”, lindezas que han continuado en las redes sociales, como es natural. A la diputada la podían haber llamado traidora o botiflera, como suelen hacer los de Junts con quienes no les bailan el agua a todas horas, pero la llamaron “mora de mierda”, para dejar bien claro que, más que contra sus ideas, estaban contra su razaNo sé dónde está la sorpresa de que un partido profundamente nacionalista sea racista, cuando es lo suyo. Se comportaron más honestamente quienes insultaron a la diputada que quienes salieron después a condenar esos insultos. Los que insultaron, los que se mostraron racistas, cumplieron a rajatabla lo que se espera de un partido como Junts. Chapeau, ya era hora de que en este partido hubiera alguien honrado.

Supongo que quienes ostentan un cargo político, han de disimular por mor de lo políticamente correcto, aunque imagino que en su fuero interno aplaudirán a quienes denigran a Driouech. ¿Cómo podría ser de otra forma, en un partido que sostiene que el resto de los españoles no puede beneficiarse de los impuestos que se recaudan en Cataluña? Son distintas formas de racismo, pero cortadas por el mismo patrón: se empieza negando algo tan básico como la redistribución de la riqueza entre quienes consideramos indignos de recibir nuestro dinero –ya se sabe que esos andaluces y extremeños son unos vagos que se aprovechan de los catalanes, que somos muy superiores—, se continúa calificando de “ñordos” a los españoles en general, se tacha de colonos a quienes vinieron a deslomarse trabajando, de charnegos a quienes no aspiran más que a vivir en paz, y el lógico paso siguiente es considerar “moros de mierda” a los catalanes de raza o religión árabe.

Todos los partidos nacionalistas son racistas, en el sentido de que están convencidos de que su pueblo, su etnia o su nación es superior a todos los demás. Nada hay que objetar a quienes son lo suficientemente honrados de pregonar ese racismo a las puertas del Parlament, al fin y al cabo, es en el Parlament donde cada partido debe dejar clara su postura, ahora los votantes de Junts ya saben a qué atenerse, ya no vale entonar un “yo no sabía” como tantos alemanes después de 1945. Al contrario, a quienes gritaron “mora de mierda” habría que concederles un premio, no a la originalidad en los insultos, por supuesto, pero sí una Creu de Sant Jordi como reconocimiento a su contribución a terminar con tanta hipocresía.

En lugar de hacerse las mosquitas muertas como si el racismo de Junts no fuera con ellos, los Puigdemont, Boye y Ten deberían ser tan honrados como quienes acudieron a apoyar a Laura Borràs, y gritar todos juntos “mora de mierda” a la diputada republicana, y ya de paso, a toda mujer con velo. Como sucedió en su día con los gais, lo difícil es dar el primer paso, en cuanto salgan de ese armario y se reconozcan racistas, se van a sentir mejor consigo mismo.

Uno ya estaba harto de tanto pusilánime en Junts, de tanta mentira. Un partido debe ser fiel a sus esencias, no avergonzarse de ellas. Tal vez habiendo reconocido hoy que es un partido racista, Junts per Catalunya será mañana capaz de reconocer también que fue creado para que unos cuantos se ganaran la vida a costa de los demás, que jamás creyeron en lo que pregonaban y que, en fin, de algo hay que vivir.