La moción de censura fallida presentada por Vox contra el Gobierno de Pedro Sánchez –la segunda de la legislatura— ha sido la más atípica de las seis registradas en la democracia. El único precedente parecido fue la que protagonizó el saltimbanqui Antonio Hernández Mancha contra un Felipe González con mayoría absoluta y que al final acabó con la carrera del entonces reciente y temerario líder de Alianza Popular, precedente del PP.

Pero la moción de ahora ha superado todas las extravagancias. En primer lugar, por la elección de un candidato que no era el líder de Vox, Ramón Tamames, prestigioso economista, exdirigente del PCE y del CDS de Adolfo Suárez y que ha acabado su trayectoria pública prestándose a blanquear a la extrema derecha.

Tamames solo ha sido un convidado de piedra al debate, en el que ha dejado su huella no con un programa de gobierno –como exige la Constitución para las mociones, que han de ser constructivas—, sino con una especie de conferencia o ponencia universitaria el primer día y con una variedad de chascarrillos y opiniones sui generis el segundo.

En el primer discurso, Tamames expuso un diagnóstico de la economía española y lanzó críticas que encajarían con la visión de Vox y de la derecha sobre el Gobierno Frankenstein, como la denuncia de la falta de división de poderes y de la inseguridad jurídica, la censura de la supresión de la sedición y de la rebaja de la malversación, las críticas de la ley del solo sí es sí, del aumento de la inseguridad o del giro de la política exterior con Marruecos. Pero también soltó ocurrencias mucho más graves, como apuntarse al revisionismo histórico ultra que defiende que la Guerra Civil empezó en 1934 con la revolución de Asturias en lugar de con el golpe de Estado de Franco o despachar la guerra de Ucrania diciendo que la ha traído Estados Unidos y de ella nos salvará China ante la impotencia de la Unión Europea.

Con muestras de cansancio, quejas por la pérdida de tiempo por las largas intervenciones del Gobierno y la impaciencia de acabar cuanto antes, el profesor de Economía aún se permitió el segundo día dejar algunas perlas, como calificar el debate de mitin, elogiar a la CUP y otras intervenciones alejadas de su ideario, acusar al Gobierno de utilizar a las mujeres –puso a Isabel la Católica de ejemplo de feminista porque mandaba más que el rey—, asegurar que, “tras la oleada feminista”, hay más violaciones que antes o afirmar que ser antifranquista hoy no tiene ningún mérito. “A moro muerto, gran lanzada”, espetó.

Pero Tamames, que rozó el patetismo en ocasiones, ha sido solo una persona utilizada por Vox para repetir en el Congreso sus ideas políticas apocalípticas, impregnadas de odio, que retrotraen la democracia española a los tiempos del franquismo, con casposos mensajes de elogios a la labor de sus mujeres, “que mandan en casa”, con brotes xenófobos y con exhibiciones de patriotismo trasnochado. Vox ha querido instrumentalizar el Parlamento para recuperar el foco perdido por el crecimiento de las expectativas del PP, sin que se sepa aún si el tiro le ha salido por la culata, lo que es posible, o ha conseguido, con su protagonismo, frenar su descenso en las encuestas desde el verano pasado.

Lo que es seguro es que el Gobierno de coalición ha salido reforzado de una moción destinada en teoría a castigarlo. Sánchez y Yolanda Díaz –en una intervención avance del programa electoral de Sumar— han podido explicar extensamente la gestión del Ejecutivo; aplazar, al menos momentáneamente, las discrepancias entre el PSOE y Unidas Podemos, y mostrar a la opinión pública que el PP necesita a Vox para gobernar, aunque el principal partido de la oposición no respondiera a la invitación de Santiago Abascal de entenderse en el futuro.

La abstención del PP, que Sánchez calificó de “indecente”, ha sido un intento de desmarcarse de Vox, pero dejando la puerta abierta a los inevitables pactos que se producirán con los ultras cuando Alberto Núñez Feijóo los necesite. La portavoz del PP, Cuca Gamarra, explicó la abstención así: “No vamos a votar a favor de esta moción por respeto a los españoles, y no vamos a votar en contra por respeto a usted, señor Tamames”. Una explicación que no tiene ninguna credibilidad porque Feijóo anunció ya la abstención en diciembre, cuando Tamames aún no había sido designado, y aseguró que nunca votaría en contra de una moción en España.

Para rematar el estrambote, el candidato, que ha puesto a la venta su discurso, se olvidó de reclamar el adelanto de las elecciones generales al 28 de mayo y tuvieron que corregir el error tanto Vox como el PP, que sí pidieron elecciones inmediatas. Gamarra recuperó el “váyase, señor Sánchez” tras calificar al Gobierno de “uno de los más caóticos, cainitas e inestables de la Unión Europea”. Unas palabras que no ligan nada con la abstención.