Es una de las batallas intelectuales de las que depende nuestro modelo de sociedad. Atraviesa la fractura entre la izquierda Charlie y la izquierda Mediapart, echa a perder la universidad y desgarra el antirracismo: es la oposición entre universalistas y “racialistas”.

Sacando conclusiones de la terrible experiencia del racismo exterminador nazi, los universalistas se proponen combatir el racismo allí donde se encuentre, deconstruyendo prejuicios y el concepto mismo de “raza”, favoreciendo la mezcla y la convergencia de los combates por la igualdad, por el feminismo y por la laicidad. Es la historia de asociaciones como la LICRA (Liga Internacional Contra el Racismo y el Antisemitismo) y de orientaciones como la tomada por SOS Racismo.

Marcados por la segregación y por el modelo norteamericano, los “racialistas” aparecieron más tarde en la escena francesa, menos inquietos por el Frente Nacional (FN) que por la ley de marzo de 2004, de prohibición de los signos religiosos ostensibles en la escuela pública. La extrema derecha les deja indiferentes; prefieren pelearse con todas sus fuerzas contra los molinos de vientos de la “islamofobia” o del “racismo de Estado”. Un concepto, este último, concebido para hacer creer que el Estado discrimina voluntariamente a sus ciudadanos, cuando el racismo proviene de la sociedad. Estos mismos son los que despotrican de la laicidad, del “feminismo blanco” y del “charlismo” (de la revista Charlie Hebdo), a lo largo de talleres “no mixtos” --entiéndase prohibidos a los “no racializados”--. Las mujeres blancas sólo son aceptadas si llevan un velo. Lejos de promover la igualdad, el “racialismo” conforta el tribalismo, el tradicionalismo y la segregación sexual. 

En plena progresión del antisemitismo y del integrismo, este vocabulario resbaladizo tiene el poder de envenenar los espíritus, sobre todo entre las generaciones jóvenes, gracias a algunas conexiones en los barrios populares, pero sobre todo gracias a militantes de cierta extrema izquierda y a sus aliados en la universidad.

De ahí la alerta de Printemps républicain (Primavera republicana) y la sana indignación del ministro de Educación nacional, Jean-Michel Blanquer. Había que denunciar los talleres “en no mixidad racial” organizados por la sección departamental de Seine-Saint-Denis del sindicato SUD-Éducation. Este sindicato no encontró nada mejor que invitar a dos ponentes del PIR (Partido de los Indígenas de la República) y del CCIF (Colectivo Contra la Islamofobia en Francia), la asociación afín a los Hermanos Musulmanes que asimila la laicidad al racismo... ¡para formar a profesores de Seine-Saint-Denis! Ante la presión social, la Universidad de Limoges ha renunciado a su intención inicial de rendir homenaje, invitándola, a la antisemita pro-islamista Houria Bouteldja. Va siendo hora de que la racionalidad vuelva a ser un criterio selectivo para intervenir o no en una escuela o en una universidad.

Separar a los participantes de los talleres de la “no mixidad racial” en razón de su “tipología racial” supone validar el esquema mental segregacionista que se pretende combatir

Sería un error, sin embargo, centrarse exclusivamente en el principio de la “no mixidad”. Hay ocasiones en las que éste es un instrumento que favorece la liberación de la palabra, la emancipación y la igualdad. Lo que ocurre es que ese no es el caso en absoluto --ni, desde luego, el objetivo-- de los talleres “en no mixidad racial”. Para defender la práctica, a veces se invoca la “no mixidad de género” que existía en las primeras épocas de Movimiento de Liberación Femenino (MLF). La comparación, sin embargo, no puede ser más falsa.

El Movimiento de Liberación Femenino organizaba sus talleres no-mixtos en un contexto histórico en el que las mujeres no se atrevían a hablar de opresión íntima ni de las violencias sexuales que habían sufrido. En cada debate, incluso sin darse cuenta, los hombres monopolizaban las intervenciones... Esta “no mixidad” resultó ser igualmente necesaria en el caso del festival de cine lésbico organizado cada año por Cineffable, para proteger a las participantes del montón de pervertidos que venían cada año para insultarlas o masturbarse en las salas.

Los talleres de la “no mixidad racial” no tienen ni los mismos problemas, ni los mismos efectos. En el caso del racismo, separar a los participantes en razón de su “tipología racial” supone validar el esquema mental segregacionista que se pretende combatir. Si a eso se le añade la intención y la ideología de esos talleres, se comprende que su pretensión es menos hacer retroceder el racismo que hacer recular a la República. Su “no mixidad” no libera a nadie; encierra a los “racializados” en sus prejuicios contra el Estado republicano, el feminismo universalista y la laicidad. Esta ideología del rencor, lejos de mantener ningún vínculo con el MLF, desmantela las conquistas del feminismo y de la secularización, del progreso y de la igualdad. Puede, desde luego, defenderse en público, de la misma forma que la extrema derecha conserva su derecho a expresarse. Pero, indudablemente, no es tarea de la escuela republicana promover ese discurso.

[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en Marianne.net y reproducido en Crónica Global con autorización]