Antes de poder explicar (o explicarme) el cambio de gobierno realizado por Pedro Sánchez, y especialmente su repercusión en la Comunidad Valenciana por lo que ha supuesto de alteración imprevista en el PSPV-PSOE, he leído el libro de Ignatius Farray Vive como un mendigo y baila como un Rey (El grito sordo, 2020).  También me ayudan mis 53 años de afiliación a esa organización, pagando regularmente las cuotas, y a la que le estoy muy agradecido: me permitió entrar en el ejecutivo como director general de la Generalitat Valenciana, estar en cuatro legislaturas en el Congreso de los Diputados (1986-2000) y conocer por dentro el sistema parlamentario y sus protagonistas, habida cuenta que como profesional explicaba e investigaba temas de la Historia Contemporánea de España. Contactar, por ejemplo, con Fraga en 1986, y en años sucesivos con González, Vestringe, Guerra, Félix Pons, Aznar, Trillo, Zapatero, Martín Toval, Borrell, Rubalcaba, Maravall, Martínez Noval, y especialmente Alfonso Perales. Esa generación, la mía en parte, que gobernó España.

Después vinieron Zapatero y Sánchez, otra generación, con trayectorias y parámetros vitales distintos. Sus actividades profesionales estuvieron ceñidas a la política, a lo que se han dedicado desde que terminaron la EGB, primero en las juventudes y después en el partido hasta llegar a lo más alto. Así han ido construyendo su carácter y sabiendo los badenes que deben superar en cada momento, unos suaves y otros muy duros. Aún recuerdo cómo, haciendo el camino de Santiago con Perales en bicicleta desde León, la tarde antes de la salida en julio de 1995 paseamos por la calle de la agrupación de la sede del PSOE de la ciudad, las ventanas estaban abiertas, en aquel verano caluroso y oímos fuertes voces, como si discutieran. Fue Ciprià Ciscar, a la sazón secretario de organización del PSOE, quien depuró los censos para que no descabalgaran a Zapatero de la secretaría de la provincia. Pero cuando ganó a Bono en el Congreso Federal del 2000 por nueve votos, para atender a los requerimientos del guerrismo dejaron fuera a Ciscar del Comité Federal. Uno de los fontaneros que articuló aquel tinglado era el proyecto de licenciado en Derecho José Blanco (entonces solo tenía una asignatura aprobada: Derecho Constitucional que, en la UNED, por las disputas entre los catedráticos Torres y Oscar Alzaga, daban aprobado general solo con presentarse) y fue ascendido a secretario de organización del PSOE. Y ahora, para que pueda llegar a fin de mes, está en una empresa pública, algo parecido a Javier de Paz, antiguo líder de las Juventudes Socialistas que se hizo emprendedor, es decir empresario, e hizo negocios en China (dicen que con galletas).

En fin, aquellos jóvenes de entonces aprendieron bien las estrategias y tácticas de la política y las aplicaron como buenos “killers” en sus exitosas carreras. Adoptaron con eficacia las normas comunes que han caracterizado a los partidos desde su nacimiento, como ha destacado la enorme bibliografía que existe sobre el tema, y como teorizó en su día Clausewitz sobre la dinámica de la política, calificándola de guerra por otros medios.

Las estructuras internas de los partidos de todas las sensibilidades ideológicas fueron articulándose en una relación disciplinaria entre afiliados y dirigentes, que Lenin y Stalin llevaron a su máxima potencia en el PCUS. En el PSOE de los años 80 y 90 se tradujo en aquello de quien se mueve no sale en la foto, aunque Guerra, entonces vicesecretario indiscutido, niega su autoría, pero, “si no è vero, è ben trovato”. Claro, los bolcheviques no se andaban por las ramas y si alguien se desviaba, ya se sabe, era pasado por las armas o encerrado en un Gulag, que se lo cuenten si no a los condenados en los juicios de 1937.

Ahora, afortunadamente, no. Si pierdes tienes la posibilidad de reconvertirte y aceptar las normas para que te admitan en la familia o tribu del líder, convertido en la cabeza de todas las decisiones orgánicas y ejecutivas si llega a presidir el gobierno. En caso contrario,  por mucho que hayas contribuido a la causa, solo te marginan, o te hacen un expediente de expulsión, y ya está. Eso ha sido inherente a los partidos europeos, estúdiense, por ejemplo, los avatares del Partido Socialista francés, las luchas entre guedistas, blanquitas y reformistas; las del Partido Laborista de Gran Bretaña con los fabianos y los sindicatos; las iniciadas a principios de siglo en el SPD alemán con Kauski, Rosa Luxemburgo, Bebel, Liebknecht y Bernstein; o el austromarxismo incorporando el nacionalismo al socialismo.

Podemos relatar historias de la democracia cristiana italiana con Andreotti o con Fanfani, hombre ilustrado que rebatió las tesis de Weber sobre el capitalismo y su impulso por el protestantismo, al destacar que las ciudades comerciales italianas como Venecia o Génova contribuyeron en la Baja Edad Media al desarrollo comercial, y eran católicas. No ha sido un camino de rosas contribuir al Estado de Bienestar.

La política es un camino de riesgos, aunque los partidos sean elementos imprescindibles para articular la democracia, a pesar de los defectos que los teóricos anarquistas destacaron. Ocurre como en los desfiles militares, bien uniformados, con el paso adecuado y aplaudidos en épocas de paz, pero en la guerra acaecen las muertes, las heridas, los fusilamientos o los trastornos mentales. Las primarias se implantaron como un sucedáneo de las norteamericanas, allí votan los electores, no los afiliados; en cambio en España se enfrentan miembros del propio partido y suelen provocar resquemores difíciles de superar. Al final, quien gana, en Congresos o primarias, se convierte en el eje del todo, con débiles contrapoderes: desde Suárez, Felipe, Aznar, Zapatero, Rajoy o Sánchez las actuaciones sobre los nombramientos o ceses han tenido los mismos ritos con matices propios. Resulta al final tan difícil nombrar como cesar y a los hechos me remito.