Ignorarla o banalizarla, no denunciarla ni combatirla –luego normalizarla– perpetuará la ventaja ideológica del independentismo al poder esgrimir un proyecto absurdo, pero emocional e ilusionante para muchos. Su gran mentira, una Cataluña independiente, se asienta sobre dos pilares radicalmente falsos: uno, que la independencia es necesaria, y dos, que la independencia es posible. A su vez, ambos pilares se fundamentan en falsedades simplonas, pero de una notable carga emotiva o épica.

La independencia sería necesaria porque “España nos roba”, concretamente 16.000 millones de euros anuales, 17.000 o 17.500 millones según el vocero y la ocasión –más o menos la mitad del último presupuesto de la Generalitat–. Oriol Junqueras, embustero mayor de “la república”, hizo un ridículo bochornoso en un memorable debate con Josep Borrell sobre el déficit fiscal de Cataluña. Pero no importa, el santurrón irradia bondad, credibilidad, “ama a España”. “Ho diu l’Oriol” (Lo dice Oriol): “España nos roba”.

La posibilidad de la independencia en la esfera internacional era pan comido: “Cataluña nuevo Estado de Europa”. Las advertencias de la Comisión Europea de que una hipotética Cataluña independiente quedaría fuera del euro y de la UE cayeron en saco roto; ya cambiarán de opinión, decían los independentistas. No cambiaron, y en lugar de encajar la negativa, se pasó de aquel optimismo de pancarta al rechazo de Europa ahora mascullado por Puigdemont. Pero no importa, el destino manifiesto de Cataluña está por encima de coyunturas terrenales como la UE.

Muchos proyectos políticos se han basado en la mentira, por lo tanto el independentismo no es nada original. Lo hiriente es que mienten no desde el cinismo (a lo Nigel Farage o Boris Johnson en la campaña por el Brexit), sino desde una pretendida y empalagosa superioridad moral. De ellos es la democracia, la libertad, la legitimidad, la razón histórica, la lengua, la cultura…, los otros no existen, o son malos catalanes o pertenecen al bando de los malditos opresores. Cataluña son ellos y de ellos es Cataluña.

Periódicamente, condensan sus mentiras en un eslogan de pancarta, utilizable como consigna movilizadora con toda la fuerza de una “verdad patriótica”, inobjetable, que no requiere demostración, y no acepta ser debatida ni puede ser rebatida: “La autodeterminación no es delito”, “El juicio es una farsa”, “Acabemos con la represión”, “Stop 155”, “Lo volveremos a hacer”… y la consigna más brillante y engañosa de todas, aceptada acríticamente incluso por muchos no independentistas: “Libertad presos políticos”.

Los miedos levantados por la crisis económica, los cambios culturales y su aceleración han propiciado la rápida cristalización de fenómenos como el independentismo catalán, montado, en su particular circunstancia, a lomos de sectores de una clase media insatisfecha con su papel actual, acomplejada “ante España”, frustrada y resentida por ello. Los ideólogos y los políticos del independentismo no han tenido que esforzarse mucho, el terreno cultural estaba abonado.

Se preparó la gran mentira con paciencia y determinación durante la larga era Pujol, y después la han propagado con poderosos medios: escuela, Gobierno autonómico y gobiernos locales, medios de comunicación propios y subvencionados, asociaciones y organizaciones civiles, voceros serviles, redes sociales adictas, parafernalia simbólica…, actuando con profunda  deslealtad y aprovechándose de una democracia tolerante y un Estado permisivo, como pocos hay en Europa. El resultado está en la calle y en las urnas. ¿Cómo revertirlo?

No bastará, aun siendo fundamental y perentorio, con que pierdan la mayoría absoluta en el Parlament; cuando la pierdan, perderán con ella una parte importante de sus medios, pero quedará el espíritu que se desprende del título de esta reflexión: “Mienten, pero les creo”. Detrás de los avatares del procés y su aparente retroceso sigue viva la gran mentira. Que no se olvide.

Tampoco bastará con una resignada conllevancia. Necesitamos recuperar para la convivencia y un consenso mínimo de sociedad a esas multitudes que creyeron en la independencia. Esa es la gran tarea, de verdadero “patriotismo”, a la que debemos aplicarnos todos, incluidos los independentistas de buena fe.