El fin de semana pasado, viendo en el parque a tantos niños disfrazados de esqueleto con motivo de Halloween, tuve cierta nostalgia de pasar un buen rato teniendo miedo. Como cuando me iba de colonias con el cole y los profesores nos organizaban el camí de la por (el camino del miedo), un juego que consistía en adentrarse en el bosque de noche, solo o en pareja, y esperar a que los profesores, escondidos detrás de árboles o matorrales, nos dieran un susto.

“¿De verdad te gustaba pasar miedo?”, me preguntó una antigua compañera de clase en el parque mientras recordábamos el famoso camí de la por. Sí, me gustaba. Igual que me gustaba que mis padres me llevaran al pasaje del terror del Tibidabo, subirme al Dragon Khan, leer Drácula de Bram Stoker y ser incapaz de cerrar la luz de la mesita de noche, o ver una buena peli de miedo. Una de las últimas que vi fue La Bruja (2015), con mi primo Andrés (mis novios siempre han sido un poco cobardicas y nunca han sido fans del cine de terror), y recuerdo que no nos acabó de convencer, porque en las supuestas escenas de máximo miedo, nuestras carcajadas resonaron en medio del cine.

Sí recuerdo haber pasado un miedo terrible la noche que, estando sola en casa, decidí ver la película Funny Games, de Michael Haneke. Esa noche me acosté con el corazón acelerado e imaginando todo tipo de cosas horribles (en ese momento en mi piso había palos y pelotas de golf), pero la verdad es que había disfrutado como una niña. Más adelante me ocurrió lo mismo viendo la serie Hannibal, con el actor Mads Mikkelsen. La escena del cadáver de Beverly cortado a finas láminas y luego convertido en instalación de arte estuvo retenida en mi mente mucho tiempo.

¿Por qué disfrutamos pasando miedo? La respuesta, según expertos del Laboratorio del Miedo Recreativo de la Universidad de Aarhus (Dinamarca), está en la “paradoja del terror”: tener miedo, en las circunstancias adecuadas, puede ser divertido e incluso puede beneficiarnos.

“Divertirse con el miedo es una herramienta de aprendizaje extremadamente importante", explicaba recientemente a The Washington Post Mathias Clasen, director de este reconocido centro danés, dedicado a investigar las condiciones en las que el miedo puede ser “divertido, social e inherentemente significativo”. Gracias al miedo, afirma Clasen, “aprendemos algo sobre los peligros del mundo. Aprendemos algo de nuestras propias reacciones: ¿qué se siente al tener miedo?, ¿cuánto miedo soy capaz de soportar?”.

Según los investigadores daneses, el miedo recreativo nos proporciona una combinación de subidón de adrenalina y oportunidad de aprender a enfrentarse a situaciones de miedo en un entorno seguro. Cuando vemos una peli de miedo, por ejemplo, se activan regiones cerebrales de respuesta a la amenaza, como la amígdala, el córtex prefrontal y la ínsula, como si el peligro fuera real.

Además de buscar un subidón emocional, hay gente que lo que pretende con una experiencia de miedo recreativo es desafiar sus propios miedos, lidiar con sus ansiedades, retarse a sí mismos.

“Al precisar lo que nos hace sentir miedo y temor, las personas pueden tener más control sobre su estado emocional”, asegura Clasen. Desde su laboratorio, han demostrado con pruebas que jugar regularmente con el miedo puede ayudar de verdad cuando surgen amenazas reales. El caso más evidente es el de la pandemia. Según sus estudios, al principio de la pandemia, los aficionados al terror tuvieron una mayor resistencia psicológica ante lo que estaba ocurriendo. Nunca lo hubiera imaginado.