Demasiada torpeza, egocentrismo y mediocridad a la hora de gestionar el resultado electoral están afligiendo a quienes todavía sienten que los usos democráticos nos conciernen a todos. Del parlamento de la Rioja al palacete de La Moncloa se escucha una interpretación algo ramplona de la pieza “En un mercado persa” del compositor británico Ketèlbey, ya olvidada aunque por su colorido fuese popular en otros tiempos entre bandas municipales, sextetos escolares y números circenses con pretensiones. El paso atrás de Pablo Iglesias, forzado por Pedro Sánchez, ha sido uno de las escenificaciones más truculentas de los últimos tiempos. Ni la sustitución de Artur Mas por Puigdemont a instancias de la CUP tuvo tanto efectismo rimbombante, como esas frases musicales de “En un mercado persa” que ilustran marcadamente el exotismo de los encantadores de serpientes y, para mayor gloria, el desfile solemne del califa.

La ensalada post-electoral es más que insólita. Por ejemplo, Bildu no obstaculiza la investidura de Sánchez pero el PSOE se siente incómodo lo cual no significa que no pretenda la investidura del candidato. En Murcia, hay pacto de derecha para la investidura después de abundantes forcejeos, con un acuerdo final que PP y Cs proponen como ejemplo para Madrid. Por su parte, JxCat y ERC no vetan la alianza PSOE-Podemos. ERC habla de abstenerse, principalmente para contrastar frontalmente con JxCat. Con lo que ya tiene comprometido Pedro Sánchez, llega a la segunda vuelta. Mientras, Vox pulula, reacciona, embrolla y se excede. Errejón arma su flanco. En Cataluña, esperar la sentencia del Supremo ya tiene algo de jugar a los naipes con en el “smartphone”.

Nadie va a desapercibir que en la política hay un notorio catálogo en el que escoger entre el chalaneo sin más o formas débilmente geométricas de la transacción. Eso es, entre otras, la negociación y pactar formas de bien común. Afecta a los votos, los escaños, parcelas de poder, trueques, ministerios, ayuntamientos, sindicatos de hostelería, tamaño de los despachos, coche con chófer. En fin, para quien todavía no se haya dado cuenta, la política es impura. Seguramente va a serlo siempre y eso es un mal menor comparado con el resultado que han dado las soluciones puras. Aun así, ¿por qué no una política más meritocrática? No tiene la menor lógica que si Podemos tiene un solo escaño en la Rioja su peculiar diputada pueda entregarse a un maximalismo adolescente y pedir tres consejerías. ¿Era esa resistencia un peón de Pablo Iglesias para presionar a Sánchez?. Si es así, de poco le ha servido. Aquella república de profesores dando lecciones al pueblo llano solo ha sido una anécdota más de Vistalegre.

Dosis desmesuradas de cinismo y veleidad acaban siendo indigeribles. En la hipótesis de una investidura es probable que la ciudadanía se quede sin saber cuáles son las políticas sociales pactadas entre PSOE y Podemos. Eso impide calibrar la envergadura del gasto ni su impacto en la deuda. Aunque Pedro Sánchez se sienta bien situado en Bruselas, alterar la ortodoxia económica comunitaria no es la mejor opción. Del mercado único al mercado persa, la política se desquicia y enmaraña. Todavía no es ilegal añorar el bipartidismo.