El jueves pasado bajé a Barcelona para cenar con un amigo (después de tanto tiempo encerrada en casa, lo viví como una gran aventura) y mientras se freían las patatas para la tortilla estuvimos comentando el último libro del fotógrafo barcelonés Txema Salvans,  “Perfect Day”. Salvans es conocido por sus fotografías del litoral mediterráneo, que retratan con ironía la decrepitud y sobrexplotación sufrida en las últimas décadas en la costa este de nuestro país, desde la Costa Brava al Mar Menor.

De todas sus fotos, mi amigo y yo nos detuvimos a comentar especialmente las que Salvans dedica a las prostitutas de carretera: en lugar de centrarse en retratar a la mujer en sí --su identidad, su vestimenta, su relación con los clientes-- el fotógrafo se centra en capturar el contexto que la rodea: lugares desoladores, a pie de carretera, que recalcan la soledad de la prostituta a la espera a sus clientes bajo el sol abrasador del mediodía.

Le dije a mi amigo que a mí me gustaba ese enfoque, porque huía del clásico retrato victimista de la prostituta. En cambio, él creía que un fotógrafo no puede ocultar una realidad impepinable: que la trabajadora sexual es siempre una víctima, sea de explotación laboral o trata, y que muy pocas se meten en la profesión de forma voluntaria. Como ninguno de los dos tenía datos objetivos sobre la mesa para debatir si en España hay más prostitutas forzadas o que ejerzan por voluntad propia, dejamos pasar el tema y nos centramos en la tortilla. Sin embargo, mientras él se ocupaba de que no se pegara en la sartén, yo me acordé de varias entrevistas a onegés y activistas humanitarios realizadas en los últimos años y me atrevería a decir que son muchos los que creen necesario huir del enfoque victimista cuando se trata de ayudar a colectivos vulnerables, sean inmigrantes sin papeles o trabajadoras sexuales.    

“Estamos cansadas de que desde el ámbito político [incluido el feminista] nos vean como víctimas: a las trabajadoras sexuales hay que rescatarlas, darles voz. Para poder entendernos tenemos que hablar de sujeto político a sujeto político, no es posible el diálogo entre sujeto político y víctima. Eso es lo realmente feminista”, dijo Kenia García, portavoz del colectivo de prostitutas de Sevilla, en una charla online organizada esta semana por la plataforma humanitaria Volem Acollir.  

Durante su intervención, García, que asegura ser prostituta por libre decisión, fue muy dura con las feministas que insisten en victimizar al colectivo que ella representa: “si no compartes su discurso, te acusan de privilegiadas, de proxenetas”, dijo. “Y el feminismo tiene que ser una herramienta para que se fortalezcan y reivindiquen los derechos de las trabajadoras sexuales ante la violencia del cliente, del empresario, etc. Si constantemente te están diciendo que eres víctima, nos acabarán paralizando”, añadió la activista latinoamericana, ferviente defensora de regularizar la profesión, como han hecho en Alemania o Holanda. Según los colectivos de defensa de las prostitutas, esta es la única forma para que centenares de prostitutas de nuestro país, muchas de ellas inmigrantes sin papeles, puedan regularizar su situación administrativa y salir de la precariedad y la explotación.  

García explicó que llegó a España de Paraguay en 2008 con la idea de empezar una vida en pareja junto a su novio gallego, a quién había conocido en Asunción. “Al llegar aquí las cosas cambiaron: él lo que quería era una asistente doméstica. Así que al cabo de un año me separé y me fui a Ourense, la capital, a buscarme la vida”, recordó. “Al estar en una situación administrativa irregular, los primeros meses fueron muy duros, pero la situación mejoró cuando logró su tarjeta de residencia y encontró trabajo en un geriátrico, cuidando ancianos. Según García, las mujeres migrantes en situación irregular en España no tienen más opción que trabajar en empleos de asistente doméstico o cuidador, aceptando condiciones precarias y sueldos bajos. García asegura que hizo varios cursos de formación, pero aún y así “nunca me veían capacitada para ejercer otros puestos más que el trabajo precario”. En 2013, cansada de tanta precariedad, decidió optar por el trabajo sexual y finalmente empezar a “vivir para trabajar”.

“Empecé a autogestionarse el trabajo como quería. Ahora soy autónoma, me independicé del patrón, y soy yo quien manejo mis ingresos”, explicó García, insistiendo en que no hay que hablar de trabajos “dignos” sino de “condiciones dignas”.

Y “condiciones dignas”, para una prostituta, significa regularizar legalmente su trabajo, objetivo número uno de distintas asociaciones de trabajadoras sexuales como OTRAS, Aprosex o la presidida por García. Según la activista, la pandemia de coronavirus ha servido para poner en evidencia la necesidad de regularizar a las prostitutas de forma urgente:  

“Al no estar reconocido legalmente nuestro trabajo, no tenemos nómina, ni derecho a paro, ni podemos acogernos a un ERTE”, explicó García, poniendo como ejemplo lo ocurrido en el prostíbulo Paradise, en La Jonquera, donde trabajaban casi 90 mujeres. Todas fueron echadas a la calle, sin ningún tipo de derecho, “mientras los camareros, empleados de seguridad o de la limpieza pudieron acogerse a un ERTE”, denunció García, cuya organización se ha encargado de buscar alojamiento a numerosas prostitutas que se han quedado viviendo en la calle en Algeciras, Madrid, Valencia… a causa de la pandemia.

“En el trabajo sexual, las prostitutas sin papeles encuentran cobijo en los clubes o casas de citas, porque sin nómina o contrato no pueden optar a un contrato de alquiler. Suelen ser los clubs los que les pagan un hotel, y ellas van acumulando una deuda”, dijo García. Y concluyó: “Sin dinero no puedes ni pagarte una tarjeta de recarga para el teléfono móvil. Te quedas indefensa, a merced de todo (…) En estos momentos hay compañeros con miedo a salir a la calle para ir a un banco de alimentos por estar en situación administrativa irregular”.