"Guerra es desastre, muerte indiscriminada, destrucción, aliento negro que se mete en el corazón humano como aguijón de alacrán", estas son unas líneas claras, rotundas, estremecedoras del escritor Alfonso Domingo, impresas en El ángel rojo (Almuzara). Este libro ofrece una biografía de Melchor Rodríguez, un ebanista y mecánico sevillano, de quien el autor destaca que representaba "el ideal de pureza, humanista y no violento, partidario de la educación de las masas y de la sociedad para que las cosas caigan por su propio peso".

En el otoño de 1936 y recién nombrado delegado especial de Prisiones de Madrid por el ministro de Justicia García Oliver, compañeros ambos de la CNT, tenía 43 años de edad y había estado treinta veces en la cárcel a causa de su militancia anarcosindicalista. Se preocupó no solo de la vigilancia de la cárcel, sino de las condiciones de reclusión. También entonces se puso radicalmente al lado de los reclusos. Se afanó en desmontar un sistema bien organizado que pretendía limpiar la retaguardia republicana de quintacolumnistas, y persiguió la tortura de las checas instaladas en las prisiones.

Melchor Rodríguez creía en la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero siempre unidas a la razón, la verdad y la bondad

Tuvo un serio enfrentamiento con el joven Carrillo, 21 años a la sazón, al no aceptar la evacuación de presos que le exigía el comunista; ya en democracia, Santiago Carrillo glosaba la "gran dedicación" de Melchor en "proteger a la quinta columna". Una infamia que ocultaba las ideas libertarias de Melchor: creía en la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero siempre unidas a la razón, la verdad y la bondad. En aquellos momentos, la cárcel de Alcalá de Henares tenía unos 1.500 presos, muchos provenientes de la Modelo de Madrid, evacuada tres semanas antes cuando el ataque franquista a la capital; entre ésta y las de Madrid, habrían encerrados unos 12.300 presos, muchos de ellos partidarios del levantamiento militar. Melchor se jugó la vida e impidió varias sacas y linchamientos, fue acusado de ponerse al lado de los franquistas y sufrió un atentado cometido por pistoleros de su propio sindicato. Algunos conocidos a los que libró de morir asesinados fueron el célebre portero Ricardo Zamora, los hermanos Luca de Tena y el doctor Gómez Ulla, también Muñoz Grandes, Martín Artajo y Fernández Cuesta.

"¿Acaso estos presos son responsables de los bombardeos? No tenemos ningún derecho a matarles. La revolución no es matar hombres indefensos". "¡Con tanto fusilado estáis deshonrando la revolución... En pocos días tienes sobre tu conciencia miles de asesinatos! ¡Eso no es justicia, es crimen!". "Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas". Fueron algunos de sus argumentos.

Amigo y protector de animales maltratados, Melchor quiso de joven ser torero, para él la tauromaquia era "presencia, valentía, dominio de sí mismo, fuerza, carácter", pero también ganar dinero para sacar a su familia de la necesidad. No pasó de novillero. Dentro del anarquismo, había varias corrientes y él aunaba ausencia de miedo con una contagiosa alegría de vivir. Apoyó al coronel Casado, a su compañero Cipriano Mera y a Julián Besteiro en su intento desesperado de acabar con un riego inútil de sangre; fue alcalde de Madrid por tres o cuatro días. Se quedó en España: "Hemos perdido la guerra, pero siempre seré libertario y pensaré como pienso".

Fue sometido a dos consejos de guerra que pedían para él la pena de muerte y fue condenado, al final, a una pena de veinte años de cárcel, de los que cumplió cinco

Alfonso Domingo, a quien debemos también un documental excelente sobre Melchor, ha escrito que "en Madrid, recién acabada la Guerra Civil, cinco consejos de guerra sumarísimos de urgencia actúan de forma permanente. Se emplean a conciencia, con efectividad demoledora: juzgan entre doscientas y trescientas personas diarias y a más de la mitad se les pide la pena capital. En las veintitrés cárceles se hacinan miles de presos esperando su turno, a menudo de final previsible: las tapias del cementerio de la Almudena". Melchor fue sometido a dos consejos de guerra que pedían para él la pena de muerte y fue condenado, al final, a una pena de veinte años de cárcel, de los que cumplió cinco, gracias a la intervención del general Muñoz Grandes; otros de sus beneficiados, como Raimundo Fernández Cuesta, se desentendieron de su suerte. Volvió a ser detenido repetidas veces en los años siguientes, porque prosiguió activo en favor de la CNT.

El 15 de febrero de 1972 fue enterrado en un cementerio sacramental, envuelto su féretro en la bandera roja y negra de la CNT, acompañado por unas 500 personas. Estuvo presente su deudor Martín Artajo, con quien forjó una verdadera amistad. Se cantó libremente A las barricadas, el himno cenetista, y luego el exministro Martín Artajo rezó en voz alta un padrenuestro. Todo ocurrió con un inaudito respeto mutuo. Melchor vivió muy modestamente. Pobre vivió, pobre murió.

Este mes de enero, C’s propuso en el Ayuntamiento de Madrid que se le dedicara una calle en la capital. Se aceptó por unanimidad.