El próximo día 21 de septiembre en las Cotxeres de Sants se celebrará el acto de presentación del Manifest 21-S: Por la unidad y solidaridad de la clase trabajadora de España. Manifiesto firmado por centenares de veteranos sindicalistas y entre cuyos promotores figuran nombres que lideraron la defensa de los derechos de los trabajadores y sus reivindicaciones durante la oscura y larga noche del franquismo. El manifiesto "hace un llamamiento a la sociedad catalana desde el mundo del trabajo de Cataluña ante la situación a la que nos han llevado los Gobiernos de Cataluña y España, con políticas que se realimentan mutuamente y que han desplazado del eje del debate social los problemas fundamentales de las condiciones de trabajo y de vida de los ciudadanos", y expresa con total convicción su rechazo a la secesión de Cataluña y su negativa a participar en un 1-O sin garantías democráticas.

Los compañeros firmantes del Manifest 21-S forman parte de un amplio abanico de opciones políticas e ideológicas en el campo de la izquierda, por lo tanto dejo muy claro que mis opiniones no representan a nadie y son a titulo puramente personal. Soy de los que piensa que los problemas de Cataluña, tanto los identitarios como los que hacen referencia a la llamada agenda social --relegada momentáneamente al baúl de los recuerdos--, no tienen un escenario factible de solución dejando al margen a los trabajadores y sus organizaciones de clase.

Es difícil entender la connivencia en Cataluña de un sector del "progresismo" con el secesionismo, lo que dinamita la idea de igualdad, solidaridad y el concepto de ciudadanía que la izquierda ha defendido a lo largo de la historia

El sindicalismo de clase no puede rehuir el debate sobre un tema que afecta gravemente al futuro de los ciudadanos y que además pone en grave riesgo el principio de solidaridad y unidad entre todos los trabajadores españoles. Es difícil entender la connivencia en Cataluña de un sector del "progresismo" con el secesionismo, lo que dinamita la idea de igualdad, solidaridad y el concepto de ciudadanía que la izquierda ha defendido a lo largo de la historia. Es difícil comprender las complicidades de una llamada izquierda con un nacionalismo basado en la exclusión y en el rencor fiscal. ¿Hay algo más insolidario que la secesión de los territorios con mayor desarrollo económico?

Tengo la sensación de que el no posicionamiento y una cierta prudencia institucional pueden restar protagonismo a las organizaciones sindicales en la solución del problema. La Cataluña moderna ha sido construida desde la dialéctica --en sentido hegeliano-- de la confrontación creativa y a veces violenta entre su burguesía emprendedora y su clase trabajadora. Si ambas quedan marginadas en el esquizofrénico desarrollo del procés, su espacio será ocupado por una clase media menestral, de tintes claramente conservadores y aromas carlistas. Si eso sucediera, Cataluña estaría condenada a la irrelevancia o algo peor. No hay nada más conservador y retrógrado que el nacionalismo, y nada más peligroso que el resurgir de los nacionalismos con sus secuelas de exclusión y xenofobia. Combatir al nacionalismo no es solo un factor de solidaridad sino sobre todo un elemento de modernidad, pues el nacionalismo representa lo viejo, lo que impide avanzar a las sociedades más abiertas y progresivas.

Es difícil comprender las complicidades de una llamada izquierda con un nacionalismo basado en la exclusión y en el rencor fiscal. ¿Hay algo más insolidario que la secesión de los territorios con mayor desarrollo económico?

España necesita reformular un nuevo proyecto de convivencia, superando el aventurismo independentista y el inmovilismo del PP, un proyecto en donde los trabajadores tengan el protagonismo que les corresponde; condicionar las reformas sociales a la conquista de utopías territoriales, es un gravísimo error.

La portavoz del partido que en Cataluña lidera la alcaldesa Colau manifestaba en rueda de prensa que era "el momento de no doblegarse ante la estrategia del miedo", por su edad desconoce lo que es el miedo y la humillación de 40 años de dictadura. El franquismo no pudo callarnos y hoy, en una España democrática, me atrevo a escribir sin arrogarme ningún tipo de representatividad: Los que hemos callado hasta ahora hemos decidido hablar, ha llegado el momento de que nos escuchen los que ya han hablado.