¡Vamos, que nos vamos! Ya no se trata tanto de marchar o ir a dónde sea, como de desconectar de esta rutina cotidiana que dura ya tanto. Se nos ha escapado un año y medio, estación tras estación, mes tras mes, como si el tiempo se escurriera entre los dedos. Demasiado tiempo dando vueltas y vueltas a los mismos temas, como si fuera la rueda de un hámster, sin solución de continuidad. Al margen de las ocurrencias cotidianas de quienes aparentemente rigen nuestras vidas, contamos por olas u oleadas, como mejor guste a cada cual. Pero hasta estas se nos hacen ya difusas y confusas, sin saber con precisión cuando empieza y acaba cada una.

Eso que se conoce como vacaciones, es decir, unos días de asueto, porque lo de la diversión ya es más complicado y queda al libre albedrío de cada cual, es un momento, un rato largo de desconectar de la realidad, tanto si se viaja como si no. Es cuestión de despejar la cabeza, de olvidar por unos días, con el objetivo de hacer “nada”, absolutamente nada, desconectar de todo y que nos dejen en paz, escapar del terror de la pandemia y, ya que no vivir como acostumbrábamos, tratar de sobrevivir más que de sobremorir. Y esperar a septiembre, al comienzo del nuevo curso, con energías renovadas para soportar un ambiente asfixiante. Porque no tienen ni piedad: no damos abasto y se nos acaban los adjetivos para calificar la realidad. Cada persona es una realidad diferente, siempre ha sido así. Sin embargo, llevamos una larga temporada en que parece que nuestras vidas estuviesen atenazadas por el incremento o agudización de las manías propias y la estupidez oficial.

A estas alturas del curso, lo único que se ocurre es proponer caminar por la ciudad y buscar el cartel de “Cerrado por vacaciones”, a ver cuántos encuentra cada cual, en lugar de los “se vende”, “se traspasa”, “se alquila”… Cierto es que sería mejor moverse, al menos quien pueda, por eso de cambiar de chip, de ambiente. Aunque angustie en algún momento pensar en la crudeza del regreso mental a la realidad.

Porque, por mucho que deseemos, ahí quedarán aparcados, esperándonos impunemente, la mesa de diálogo, la ampliación del aeropuerto de Barcelona, el Hermitage, el maná de los fondos europeos, la digitalización, la bronca cotidiana en el Congreso, el mantra indepe de la amnistía y la autodeterminación, los juegos de invierno, la pandemia, el teletrabajo, las cursilerías de Sánchez, la renovación de las instituciones, la modernización de la economía, su transformación verde, el cambio climático, los líos en el Govern, la elección del Parlament paralelo de Puigdemont a diez euros por cabeza, las superillas, el urbanismo táctico barcelonés… La lista puede ser interminable. Ahora bien, con tanta asignatura pendiente, se acaba teniendo la impresión de que repetiremos curso y habrá que volver a lo mismo, sin demasiadas esperanzas de cambios sustanciales y con los mismos personajes en el escenario.

Es evidente que el calor afecta a las meninges: como para ir a refrescarse al cine a pasar horas de sesión continua o encerrarse al amparo del aire acondicionado. Después de todo, podemos albergar la esperanza de vivir un mundo de película, que ya ha dicho Pedro Sánchez que quiere “Hacer de España el Hollywood de Europa”. ¡Ojala lo consiga! Siempre nos quedará la oportunidad de hacer de comparsas, de actores secundarios o de simples extras de bulto. Algo es algo.

Mejor, abramos un paréntesis vacío para olvidar este episodio de infortunio y acopiar fuerzas para afrontar el nuevo curso. De momento, mejor olvidar cosas como ese episodio alucinante, ya no se sabe si vodevil, opereta o sainete, del aval del Institut Català de Finances (ICF) para cubrir los embargos de los implicados en malversación por el Tribunal de Cuentas. Sin duda, una de las expresiones más acabadas de las miserias del país. Ya veremos como acaba el asunto. Después de todo, si son realmente dos millones los independentistas, aunque en las elecciones del 14F no llegaran ni al millón cuatrocientos mil, por el precio de un refresco cada uno podría cubrirse el embargo. Pero ¡ay, el bolsillo! La pregunta que queda, también para septiembre, es ¿en manos de quién estamos? Lo dicho: mejor desconectamos unos días, aunque sean pocos, dónde se pueda o dónde se quiera, aunque se trate de una escapada puramente mental.

Queda todo para después de la Diada del 11 de septiembre. Momento sublime desde hace años, tras el cual podremos empezar a vivir en precampaña continua de elecciones por venir. ¡Qué cansancio, por favor! Acaso quizá nos divirtamos con un baile de candidatos, por más que las previsiones no sean muy halagüeñas. Incluso se puede vislumbrar en Barcelona una cierta concepción, ya no elitista, sino patrimonial de la política en el PSC, entendida como actividad de “los profesionales” de la misma, al margen de cualquier planteamiento emergente desde la sociedad civil. Solo hay que interrogar sobre su eventual candidato a la alcaldía, teniendo en cuenta que una confrontación electoral requiere marcar perfil propio y debate que es difícil si se vive empecinadamente adherido al adversario.

En fin, mejor tomémoslo con calma, al menos durante unos días, por sofocantes que resulten. Cuando regresemos a la cansina realidad, tal vez nos reciban coreando aquello de Lina Morgan de "La luz se enciende / Sonó la orquesta / Todo es igual que ha sido ayer / Todo es hermoso / Todo es alegre / Maravilloso fue volver / Agradecida y emocionada, solamente puedo decir, gracias por volver”.