Si la NASA, la de verdad, no la catalana, ha logrado llegar a Marte con Perseverance (perseverancia), después un largo viaje, cabe albergar la ilusión de que algún día se empezará a hablar de cómo gestionar los problemas de los catalanes. Al menos, intentar mantener la esperanza, que es lo último que se pierde. Aunque, con tanta hartura, también podemos asumir la idea de Nietzsche de que, en realidad, la esperanza es el peor de los males porque no hace más que prolongar el tormento.

Puesto que se reza poco, acaso sea mejor seguir orando a Santa Paciencia: una vez emitido el voto se nos escapa la capacidad de decisión que queda en manos ajenas y una cosa es lo que se desea y otra lo que se recibe. Desde el 14F, iniciado el baile de las coaliciones, seguimos oyendo la música monocorde de indulto y amnistía, autodeterminación y referéndum. No recuerdo planteamientos que vayan más allá del soberanismo. Tal vez, alguna tibia alusión a la “los derechos sociales”, sin demasiada concreción. Acaso para tratar de atraer al redil independentista a los comunes, sabedores en ERC de la indefinición y las tres almas que en ellos cohabitan. De momento, tenemos quinielas especulativas de todo tipo, apuestas sensatas o arriesgadas, todo cábalas.

Supongo o quiero creer que llegará un día en que, además de colonizar Marte, se hablará de definir prioridades, atender los problemas de los ciudadanos, desbloquear proyectos y adoptar  decisiones. Es una esperanza legítima. Todo es tan alucinante que hasta puede haber quienes, a cualquier lado de la Plaza San Jaime, piensen que se ha producido el salto cualitativo a la fase superior del comunismo y, parafraseando a Carlos Marx, se pase “de cada cual según su talento, a cada cual según sus necesidades”. El clásico aludía a las “capacidades”, mas ahora está de moda el talento. El problema de los conflictos es que se valora finalmente por cómo acaban, mucho más que por cómo empiezan. Por eso, lo más adecuado es mantenerse expectantes, olvidar este galimatías, dejar de cavilar para no caer en la obsesión y que nos lo expliquen cuando acabe. Así no terminaremos creyendo que los marcianos habitan entre nosotros o que los alienígenas somos nosotros.

“Pensamos demasiado y sentimos muy poco” decía Charles Chaplin al final de El gran dictador, su gran alegato contra el nazismo y la intolerancia en 1940. Un discurso que conviene revisitar. La película no se estrenó en España hasta 1975, tras la muerte de Franco: aquello sí que era una violación de la libertad de expresión y una anomalía democrática. La mayor quizá sea ahora tener a Pablo Iglesias de vicepresidente. Añadía Chaplin, como si pensara en Cataluña ochenta años después, el deseo de “hacer felices a los demás, no hacerlos desgraciados: No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos”.

Después de un año de encierro, para empezar bien el día, lo mejor es no alterarse ante la primera estupidez: siempre habrá más. El presidente de ERC, Oriol Junqueras, en modo “happy flower”, acuñó hace tres años que “el junquerismo es amor”. Gran discípulo de Platón: “Donde reina el amor, sobran las leyes”. Pero sus intervenciones rezuman odio. Puede entenderse que, después de tres años en chirona, su gran obsesión sea el indulto, para después aparecer como el hombre que hizo posible la paz. La opción es poco creíble, intuyendo su doblez y tendencia a la traición después del trato.

Mientras se negocia el Govern, viviremos aun días gloriosos de insensatez. Y esperen, que faltan unos días para las elecciones del Barça el 7 de marzo o las de Pimec mañana. Me resisto a pensar en unos nuevos comicios. Todo es posible. Incluso que, a la vista de lo ocurrido estos días en las calles barcelonesas, los indepes hagan suyo, entre barricadas y revisión del modelo policial, aquello de Bertolt Brecht de que “al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime”. Sería una forma poética de expresar el supuesto peso de la opresión del Estado. Hasta Pedro Sánchez podría hacer un tuit, como el dedicado a Joan Margarit, a quien dudo haya leído y entregó el premio Cervantes de forma vergonzante junto al rey.

Si alguien no ve claro que lo mejor es olvidarse de los marcianos, para respirar con alivio, tenga en cuenta que lo único claro es que en Barcelona ganó el PSC a los Comuns o vulgares de Ada Colau, desaparecida en campaña, y republicanos de ERC. Un resultado que puede empujar a salidas abracadabrantes por temor a un futuro político y personal incierto. Siempre teniendo en cuenta que tampoco es cosa de fiarse. Por cierto: ¿qué opina Salvador Illa de lo ocurrido estos días de vandalismo?

Tras las elecciones, un buzoneo en Barcelona incluía carta de la alcaldesa y tarjetones con patrocinio del Ayuntamiento y AMB --supongo que para repartir costes-- con frutas y verduras de temporada que deben consumirse según la estación. Con lenguaje almibarado, alusiones a la cocina de las abuelas o cuidar seres queridos, planteaba recuperar la “soberanía alimentaria”. Por cierto, ni carne ni pescado y escasa presencia de las legumbres quizá porque no son soberanas. La idea no es nueva; el motivo: promover una alimentación sostenible con agitprop; el problema: hay gente que no llega a mediados de mes para poder comer de forma tan verdulera y frutícola.

Es lógico que los medios de comunicación no hayan dado pábulo a tal iniciativa municipal. La atención se centra en los pactos poselectorales y el vandalismo urbano. Vayan haciendo cábalas, solo quedan dos semanas para saber algo concreto: constituir el Parlament y elegir su Mesa.