Los políticos se quejan, y con razón, cuando alguien afirma que todos son iguales, entendiendo por ello que todos son unos chorizos. Es obvio que no es así y que estas generalizaciones son más que injustas. Pero que ha habido chorizos entre los políticos, eso no ofrece la menor duda. De modo que decir que el personal, incluidos los políticos, debe tener comportamientos decentes no es insultar a los políticos. Es aplicar la silogística aristotélica: todos los hombres tienen que ser honrados, los políticos son hombres, los políticos tienen que ser honrados. Se entiende “hombre” como persona, independientemente del género.
Eso lo sabe casi cualquiera, pero algunos médicos no parecen haberse dado cuenta, de modo que cuando Fernando Simon habló de mejorar los “comportamientos de toda la población, incluidos los profesionales (el personal sanitario) cuando están fuera de su trabajo” no hacía otra cosa que incluir a los médicos en el conjunto de la población. Al parecer se equivocaba. Los médicos no forman parte del común de los mortales. Son todos ángeles incontaminados, espíritus puros. Aunque fuera en una cena de sanitarios de Igualada donde se propagó uno de los brotes más serios en Cataluña. Una cena que, probablemente, no organizó Fernando Simón.
No se trata de defenderle. Todo indica que sabe hacerlo solo. Se trata más bien de resaltar la incongruencia de una organización gremial, los colegios de médicos, que nunca clama contra la privatización de la sanidad, quizás porque algunos médicos se benefician de estas prácticas que castigan al grueso de la población, pero se sienten ofendidos cuando se sugiere que algunos de ellos pueden tener un comportamiento similar al del resto de los humanos.
El gremialismo está muy extendido. Algunos sindicatos policiales pusieron el grito en el cielo hace unas semanas porque en una serie de ficción salía un agente tomando droga. Los curas se sienten muy afectados cuando se airean casos y más casos de pederastia, pero en general no condenan a los que la practican arremangándose la sotana sino a los que la denuncian.
Algunos periodistas se sienten también inclinados a creer que no pueden ser criticados, como si en el periodismo no hubiera gente perfectamente decente y también los que en el propio gremio son conocidos como “los egipcios” porque llevan una mano tendida a la espalda, señalando donde hay que poner el sobre. Y lo pillan. La cosa es que los colegios de periodistas y la Federación de Asociaciones de la Prensa, como los colegios de médicos, saltan contra las acusaciones pero nunca contra los cobros, a veces ni siquiera disimulados. Por ejemplo; ni una palabra del gremio sobre la connivencia de determinados periodistas con el comisario Villarejo. Por cierto, tampoco se han pronunciado contra las policías patrióticas los sindicatos policiales.
No hay ninguna diferencia con lo ocurrido cuando se han conocido las grabaciones de Vendrell, Rahola, Madí, Terradellas. La respuesta es que se trata de un ataque contra “el independentismo”. No hace falta, por tanto, averiguar si la acusación es cierta o falsa: todos los propios son buenos, inmejorables. Roosevelt preguntó un día que tenía que recibir a Somoza si no era un hijo de puta. La respuesta fue: “Sí, pero es nuestro hijo de puta”. Ya más cerca, durante la dictadura, cualquier acusación se topaba con aquello de “en la España de Franco no hay ladrones”. Pero los había, vaya que si los había. Ahora esa práctica del “a nosotros ni se nos tose” se generaliza. No hace mucho un supremacista catalanista sugería que la solución para el problema de las cárceles en Cataluña, con exceso de población reclusa, se solucionaba expulsando a los no catalanes. Debe de creer el tipo que en su Cataluña imaginaria nadie roba ni mata ni defrauda. Por eso algunos médicos dicen que son ángeles; algunos policías que sólo se acercan a la droga para perseguir a los traficantes y algunos periodistas que el único dinero que ven es el de las nóminas cada vez más magras. Los independentistas dicen que no dicen nada aunque las grabaciones muestren lo contrario.
Pasa incluso en las familias, el malo siempre es el de fuera: el cuñado o la suegra o la madrastra. Salvo que alguno de ellos sea médico, periodista o cura o policía. En ese caso es imposible que sea malo. Ni siquiera regular. Y si alguien dice lo contrario, que dimita.