Cuando el mundo circundante se vuelve del revés, hay cada vez más cosas que nos resultan incomprensibles e imposibles de entender salvo que te ocurran directamente o te las narre alguien de confianza que lo ha vivido. Ahora resulta que para denunciar un robo, hurto sustracción, atraco o como quiera llamarse a la sustracción de un bien u objeto personal es preciso pedir cita previa a los Mossos d'Esquadra. Ya está superado aquello de “vuelva usted mañana”, sustituido por un “venga cuando le toque”. Parece que la medida se puso en marcha con la pandemia para evitar colas y aglomeraciones en las comisarías. Aunque creamos superado aquel infausto episodio provocado por el covid, es lo que tienen las medidas urgentes adoptadas en situaciones de emergencia: ahí sigue impertérrita y tan pancha. Solo nos falta que acabemos presentando las denuncias en el ambulatorio y acudamos a la comisaría para ser atendidos de cualquier dolencia.

Transitar por la vida cotidiana en Barcelona, tanto urbana como política --podríamos ampliarlo a nivel general--, se ha convertido en un ejercicio permanente de sortear insensateces. Y si lo hace por Consejo de Ciento y calles adyacentes, mucho más. No sé el qué, pero algo raro está pasando. Un reputado filósofo, a cuyo lado caminaba una señora de edad provecta, se topó recientemente con un “sacaperrosamear” que paseaba cinco canes; como tapaban la menguada acera por las obras de las superillas, le pidió –es de suponer que educada y amablemente-- que se hiciera a un lado para dejar paso. La respuesta fue tan rápida como contundente: “¡Si no le gustan los perros, vaya al psiquiatra!”. ¿Es normal o hay un enloquecimiento generalizado?

 Que la inseguridad es uno de los aspectos que más preocupa a los barceloneses, es noticia de sobra conocida. Por desgracia, quien más quien menos, todos conocemos a alguien que ha sido robado y mejor toquemos madera o hierro, según los gustos y cultura, para que no se tenga que contar cualquier incidente en primera persona. Lo mismo que no sé de nadie que haya tratado de presentar la correspondiente denuncia en dependencias de la policía municipal; tampoco tengo claro que pueda hacerse. Tal vez por ello Jaume Collboni, el candidato socialista a la alcaldía o la tenencia de alcaldía, que tanto da, proclamaba hace unos días que la Generalitat es la culpable de esa sensación de inseguridad tan extendida; lo personalizaba en su ex compañero de partido, Joan Ignasi Elena, exuberante consejero de interior. La teoría no es nueva, puesto que está viva y presente en la labor del equipo municipal, tal vez por contagio de la particular aversión personal de Ada Colau hacia cualquiera que lleve uniforme, sea policía municipal o mosso d'esquadra: la seguridad es cosa de fachas. Tal vez por todo ello dejaron los urbanos en manos del PSC, siempre dispuesto a tragarse los sapos que les endose la alcaldesa y a dejar hacer a los comunes cuanto les venga en gana sin marcar perfil propio.

Lo malo, además, es que cuando tratan de hacerlo acaban liándola. El propio candidato aludido se descolgaba también planteando recuperar los interiores de las manzanas del Eixample barcelonés para disponer de más zonas verdes y de uso público. Según sus estimaciones, podrían suponer algo más de sesenta mil metros cuadrados. Cierto es que la idea tampoco es nueva: ya existió una extinguida sociedad llamada Proeixample SA que tenía como objeto social la recuperación de esos espacios. La cuestión es saber cómo reaccionarán los vecinos afectados. Tras ello se expresa la idea de frenar las superillas impulsadas por los comunes y la voluntad de “parar y digerir” los cambios introducidos en el urbanismo del centro barcelonés. Eso sí, reclamando “grandes consensos” que permitan avanzar a la capital catalana.

Malos tiempos son los presentes para grandes consensos, sobre todo cuando se observan comportamientos tóxicos en el Congreso que llevan a pensar en la necesidad de dar un paso al frente porque el presente se ha quedado obsoleto. Pero conviene insistir en ello ahora que estamos en permanente campaña electoral, en la que conviene recordar que los ciudadanos no votamos por agradecimiento sino en función de las expectativas que se generen. Miquel Roca reflexionaba hace unos días sobre la obligación de administrar cada vez nuevos tiempos y afrontar nuevos objetivos, a modo de permanente transición. Se preguntaba por “¿cómo hacer esta transición sin consenso, sin pactos, sin acuerdos? ¡Imposible! Pero si lo hicimos en otras ocasiones, en circunstancias más complicadas, ¿por qué no hacerlo ahora?” Es evidente que siempre queda un resquicio para la esperanza y parece justo el esfuerzo de intentar hacerlo.

Las dificultades pueden parecer insalvables cuando prevalecen la inacción y la petulancia. Es difícil encontrar una expresión mayor de vanidad y engreimiento que la afirmación del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de que pasará a la historia por haber exhumado a Franco del Valle de los Caídos. Parece un aviso para los historiadores del futuro: ¡ojo, no os despistéis que el presente lo redacta él! En el fondo, como manifestación de cesarismo, podría gustar más aquello de “avui no toca” que acuñó Jordi Pujol para cuando le interrogaban por algo que no quería o no le interesaba contestar. La verdad es que creó escuela; lo mismo que aquello de sus más allegados de “el president diu”, lo hubiera dicho o no, expresión que puede servir para tantas actividades de la vida política o profesional, para asentar cualquier decisión propia o ajena. Siempre hay quienes se resisten a tomar decisiones y asumir el riesgo de equivocarse, pero el exceso de prudencia conduce a la parálisis.