No diría la verdad si dijera que me ha sorprendido la desmedida reacción mediática con que ha sido tratado el asunto del supuesto máster de la presidenta de la Comunidad de Madrid, la alumna Cifuentes.

Tal afirmación merece una sucinta explicación; mejor dos. La primera de ellas, se basa en el hecho de que en un país tan políticamente cainita como es este, lo sorprendente sería que los medios trataran con seriedad y cierta equidistancia el asunto, al menos hasta que no estuviera esclarecido completamente el escándalo. La segunda se cimenta en el hecho de que nada de lo que ha aflorado en el asunto mencionado puede sorprender a nadie que forme o haya formado parte de la comunidad universitaria, salvo que sea o haya sido parte del colectivo de alumnos cuyos miembros, generalmente, suelen pasar por la universidad de forma tan evanescente como temporal.

Ambas explicaciones convergen en un hecho tan cierto como cruel: ni los medios ni los políticos suelen mostrar, habitualmente, el más mínimo interés por la universidad española salvo que, como es el caso,  se convierta en motivo de trifulca, gresca o riña, lo cual es algo que a unos y a otros les pirra por la rentabilidad que obtienen de ella.

De no ser así, todos sabrían --y de hecho lo saben-- que en la universidad española, salvo los muchos casos de honradez y calidad profesional existentes, prima la endogamia y el nepotismo. Y a partir de ahí, el desiderátum.

El que se descubra que la alumna Cifuentes sacó un máster por la jeta o que un profesor X sea el colaborador necesario para que este y otros escándalos alcancen posiciones de privilegio en medios de comunicación, no deja de ser lo que la fiebre es a una infección. Necesita tratamiento.

El auténtico drama es que es fácil corromperse en la universidad española porque el terreno está abonado para ello

No es casual que ninguna universidad española aparezca, año tras año, en la lista de los centros más prestigiosos del mundo ante la indiferencia de políticos y medios, ni que España no merezca el reconocimiento de un Nobel de carácter científico desde hace décadas, ni que no tengamos una sola universidad que sobresalga por su investigación o excelencia. Unos y otros pasan de todo ello, llevan cuarenta años sin importarles.

La universidad española está enferma como está enferma la CRUE, la ANECA y todas las estructuras que la sostienen. En la universidad española, hoy por hoy y en general, no prima ni el mérito ni el esfuerzo ni el talento, y el que existan muchos casos de buenos profesionales no impide que el amiguismo, el favoritismo, la parcialidad o la arbitrariedad, campen por sus respetos y el que se atreva a salir de la fila, que se prepare, porque no se va a comer una rosca a partir de ese momento. Ejemplos los hay a manojos y a nadie les interesa airearlos.

El drama, el autentico drama, no es que la alumna Cifuentes engañe y consiga una máster sobre el que recaen todo tipo de dudas, porque para eso las autonomías pagan y financian a las universidades y la presidenta Cifuentes puede entender que por ello tiene derecho de pernada.

El auténtico drama es que es fácil corromperse en la universidad española porque el terreno está abonado para ello. Y la tragedia, a la postre, es que un país sin un sistema educativo que se precie --y la universidad es su último escalón-- es un país llamado a convertirse en un Estado de segunda división.