Hace pocos días, en el marco de un seminario sobre el papel geopolítico de Europa, Javier Solana, ex Mr. PESC, mostró su preocupación por la polarización política y social que se observa en algunos países del mundo occidental. Aludió en concreto a los EEUU de América donde, según su criterio, la ciudadanía se halla dividida social y políticamente en dos bloques antagónicos en continuo conflicto y cada vez más encerrados en sí mismos. En el debate subsiguiente, y al hilo de lo expuesto, Salvador Illa reflexionó acerca de la polarización política y social que también se ha podido observar en Cataluña. El dirigente socialista habló de la necesidad de superar esa situación y pasar de pantalla mediante el diálogo.

Hay quien piensa que en España, con la entrada en la escena parlamentaria de partidos políticos situados en los extremos del espectro ideológico, se ha propiciado la consolidación de bloques opuestos e irreconciliables. Lo cierto es que el radicalismo de algunos de estos nuevos actores ha contribuido a complicar la agenda política, la elaboración legislativa y la buena la gestión en las instituciones. Es evidente que la introducción de planteamientos maximalistas genera un arrastre hacia los extremos, un atrincheramiento que impide acuerdos puntuales y pactos transversales. Esto ocurre, por ejemplo, en la política española, donde Ione Belarra y Santiago Abascal intentan respectivamente marcar la línea de PSOE y PP. Lo procuran sobre el eje derecha-izquierda, con aderezos de contenido territorial o patriótico. Ambos contribuyen con sus declaraciones en los medios de comunicación, a la polarización de la sociedad española y la consolidación de bloques antagónicos. Otro tanto se observa en Cataluña, pero aquí la contradicción principal se da entre el constitucionalismo y el independentismo con un toque, si me apuran y para despistar, de aditivo social. En Barcelona son los Jordi Turull, Laura Borràs y compañía –hasta hace poco también Oriol Junqueras— los partidarios de los bloques irreconciliables, la polarización de la sociedad y el todo o nada. Hasta hace pocas semanas el PSC era un apestado cómplice del 155 con el que no se debía hablar ni pactar. Terrible. Se ha contaminado tanto al ciudadano con el mensaje que se desprende de los bloques ideológicos enfrentados que va a ser complicado  recuperar la normalidad. Reconstruir puentes no va a ser fácil y tampoco vencer apriorismos.

¿Cómo intentar hacerlo? Muy sencillo. Exigiendo a nuestros representantes políticos un sobreesfuerzo para articular acuerdos sobre los grandes temas de país. En Cataluña, por ejemplo, una aprobación pactada de los presupuestos puede ser el comienzo de un nuevo periodo, de una amistad sin derecho a roce. En España no estaría nada mal abandonar la guerra de declaraciones cruzadas y la bronca para intentar converger en asuntos de Justicia y Defensa. Urge romper los bloques estancos en los que se encasillan los políticos que no se atreven a tomar decisiones. Para avanzar y salir del atolladero conviene arriesgar. Solo al dirigente que arriesga se le reconoce la capacidad y el don del liderazgo. Pedro Sánchez suele hacerlo y, de momento, la suerte le acompaña.

En Cataluña necesitamos políticos armados con martillos neumáticos, capaces de  cincelar los bloques y cordones sanitarios que a lo largo de 10 años de procés han paralizado este país. Salvador Illa, Pere Aragonès y sus respectivos partidos arriesgan y eso es loable. Las decisiones que están adoptando estos últimos días no son baladíes ni están exentas de efectos colaterales, ventajas e inconvenientes. Seguro que sí, pero todo parece indicar que en Cataluña la marmota despertará de su hibernación, como marca la tradición, en febrero. Eso es bueno. Si los martillos neumáticos abren ventanas en los bloques de la cerrazón respiraremos mejor.