El Estado hace aguas y no solo a orillas de Ceuta. Recuerdo la frase que me lanzó en su día un conocido consultor político: “Un gobierno débil es siempre una ventana de oportunidades”. En ese momento se refería a la relación entre el Ibex y el Ejecutivo de Zapatero, que se envainó “éxitos” como el de Sacyr en el Canal de Panamá con aval del Estado o el proyecto Castor de Florentino Pérez. Un Gobierno que vivió días de grandilocuentes elogios públicos de Emilio Botín.

España vuelve a tener ahora un Ejecutivo débil y Marruecos lo sabe. De hecho, si no fuera por las hipócritas e inconsistentes relaciones entre Waterloo y ERC, en Cataluña se estaría poniendo en marcha ya una legislatura preciosa para declarar una DUI mientras Moncloa revisa distraídamente discursos para introducir el lenguaje inclusivo. El tiempo lo dirá.

El frágil Gobierno de Sánchez se enfrenta ahora a uno de los desafíos fronterizos más graves que se recuerdan en España. Tildarlo de “crisis migratoria” es directamente un insulto. Por otra parte, es comprensible que Iván Redondo no haya sabido qué palabras redactarle a Sánchez. Pasar de asesorar a García Albiol para “limpiar Badalona” a que su primera medida de márketing político en Moncloa fuera la acogida del barco de migrantes Acuarius provoca una cierta esquizofrenia en materia de inmigración y fronteras. La doble moral puede que también sea una moral, pero teledirigir un país desde ese prisma inestable conlleva grandes riesgos.

España está viviendo la consecuencia de una izquierda carente de solidez que navega hacia el naufragio ideológico. Solo importa el poder por el poder. Y es que un Gobierno que llega al poder respaldado por aquellos que abogan por destruir el Estado desde las instituciones es el principio del fin de éste. Y Marruecos lo sabía.

Marruecos también sabía que las ansias de dinamitar la Casa Real por parte del Gobierno de España era otro punto a favor. Durante años, Juan Carlos I ha sido el garante de las relaciones con nuestro país vecino. Hoy, el defenestrado rey emérito tiene las puertas de su casa cerradas mientras Marruecos abre otras puertas.

Que la política exterior del Gobierno haya mirado más a Venezuela que a USA en los últimos años tiene también sus consecuencias. Hasta la administración Biden --la anhelada por la izquierda española-- ha querido reivindicar su fuerte alianza bilateral (promovida en su día por Trump) con Marruecos. Otro hito más para el casillero diplomático de un Sánchez que se encuentra en plena tensión con un país estratégico y sin interlocución directa con el presidente de USA.

Resulta incomprensible que, en el momento más crítico de este siglo, ante el reto de la recuperación de la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas, la izquierda se halla en una deriva en la que tan solo es capaz de hacer política mediante la fuerza bruta de la polarización social. Vencer por división y no por convencimiento es uno de los actos más deplorables y debilitantes en política. Y Unamuno lo anticipó.

España necesita hoy y con urgencia un Gobierno fuerte y una izquierda sólida. Un presidente sin discursos barrocamente vacuos y unos ministros que no se encuentren desubicados en el Ejecutivo porque siempre han vivido de manifestarse en las plazas en contra de quienes gobernaban.

La necesidad de tener un Gobierno con conciencia y sentido de Estado es una necesidad moral para el amparo de los ciudadanos que lo habitan. Se trata de eso o de seguir siendo “una ventana de oportunidades” para terceros.