Ayer tuvo lugar La Marató de TV3, esa caridad institucional dedicada este año a las enfermedades cardiovasculares. Como si de una promoción de la misma se tratase, como si fuera un intento de convencer a los catalanes para que ayer pusieran dinero en la cuestación anual, tres días antes, el jueves, un hombre murió con fuertes dolores en el pecho mientras esperaba dos horas a ser atendido en el hospital de Martorell. Por desgracia, no era una campaña publicitaria, y el pobre hombre perdió verdaderamente la vida tres días antes de que nuestros sonrientes políticos -algunos de ellos incluso atendiendo llamadas telefónicas- animaran a los ciudadanos a dar dinero para la investigación de las enfermedades coronarias. Si yo hubiera sido familiar de quien falleció en tan tercermundista situación, habría llamado a TV3 con la esperanza de que respondiera al teléfono algún responsable del Govern catalán, para manifestarle de viva voz que más valdría que mejoraran la atención en los hospitales en lugar de apelar a la caridad ciudadana y, de paso, para indicarle con todo tipo de detalles dónde podía meterse los dineros de La Marató.

Dónde podrían meterse esos dineros, porque dónde los meten en realidad, ya lo vamos sabiendo. El viernes, este mismo periódico revelaba que el director-gerente de La Marató, un tal Lluís Bernabé, cobra casi 100.000 euros anuales, habiendo aumentado su sueldo un 7% los últimos cuatro años, ni la pandemia pudo frenar su incremento, lo de la contención salarial en épocas de crisis no rige para los cargos públicos, no por lo menos en Cataluña. Que levante la mano quien en este mismo lapso de tiempo haya experimentado mejora similar en sus emolumentos (no vale que levanten la mano ni los políticos catalanes ni los altos cargos de la Generalitat, me refiero a trabajadores de verdad).

Imagino que el director de La Marató dedica una mitad del año a pensar en cómo engatusar por Navidad a los catalanes para que suelten la mosca, y la otra mitad a pensar en cómo distribuir el dinero conseguido. No parece un mal trabajo, especialmente porque por lo menos uno de los millones recolectados tiene ya destino fijo, así que no hace falta pensar mucho a dónde mandarlo: a los sueldos de todos los empleados de La Marató, entre ellos el de Bernabé. Eso es lo que se llevan cada año. No sé si La Marató ayuda mucho a los enfermos y a la investigación, pero me conformo con saber que ayuda a Bernabé -y es de suponer que a sus empleados- a vivir bien, siempre es positivo tener constancia de que por lo menos una parte de la donación que hace cada catalán tiene una utilidad contrastada, que se destina a una buena obra.

Mientras en nuestra TV pública ayer no había más que alegría y fiesta --se trata de recaudar más dinero que cualquier otra iniciativa parecida que tenga lugar en España, para demostrar que los catalanes somo más serviles que nadie-- y los presentadores mostraban toda su dentadura mientras iban cantando las cifras actualizadas cual niños de San Ildefonso creciditos, en el hogar del muerto de Martorell había lágrimas y pena. Probablemente también rabia. Un contraste que es toda una alegoría de la sanidad pública catalana: mientras desde el Govern nos intentan convencer de que somos los mejores del mundo mundial -y más que lo seríamos si Cataluña fuera independiente, conviene repetirlo hasta que cale la idea-, sin escatimar en ello inauguraciones de algún nuevo pabellón con mucha sonrisa y más autobombo, los pacientes se amontonan en los pasillos de los hospitales. Eso, los afortunados que no han muerto en la sala de espera.