Definitivamente la política catalana se ha convertido en un auténtico vodevil donde todo termina por plantearse como si fuera la madre de todas las batallas. A cara de perro se disputará de aquí al próximo mes de mayo el asalto por la alcaldía de Barcelona, que parece que ha adquirido por el independentismo más carga simbólica que el derribar La Bastilla durante la Revolución Francesa. Una parte del constitucionalismo, con Manuel Valls, parece haber aceptado de buen grado esta connotación. Lo curioso de todo esto es que la mayor parte, si no todos, los encarnizados contendientes se reclaman herederos y seguidores políticos de Pasqual Maragall. Ciertamente, que esto sea así dice mucho en favor de un personaje único en la política barcelonesa y catalana, pero me parece que todavía dice más del descaro de algunos y de la falta de proyecto de ciudad de la inmensa mayoría. Si somos, y éramos tan maragallistas, ¿por qué este no hizo mayorías abrumadoras cuando se presentaba? ¿Por qué los aduladores de ahora hacían correr sobre él rumorologías más que repulsivas durante años? Nadie puede reescribir su historia y hay cosas que el tiempo no borra.

Probablemente el desencadenante de este furor maragalliano haya sido la aparición en escena de Manuel Valls, el cual entronca con un liderazgo fuerte, el reposicionamiento de Barcelona en el mapa, ambición internacionalizadora y que tendrá sus puntos fuertes en simbolizar la recuperación del orden y la autoridad en una ciudad que se ha convertido en una versión de gran tamaño de Magaluf. Valls resulta el enemigo a batir para todos, y en ocasiones esto termina por resultar favorable. Ada Colau siempre ha pretendido emparentar su política con la de Maragall, pero ha confundido la capacidad de liderazgo de aquel con el estar continuamente en los medios, que no es exactamente lo mismo. Quizás le han tocado malos tiempos, pero la falta de resultados y de solidez del proyecto así como de estabilidad gubernamental, la pueden convertir en figura efímera, devorada por ella misma y su personaje. Jaume Collboni es quien, probablemente, más podría reclamar el nexo de unión con Pasqual, dado que aunque ahora se olvide, fue el PSC quien lo promovió y dio el apoyo político. En cuanto a resultados, lo tendrá difícil para hacerse oír entre tanta prima donna, pero puede resultar clave en los pactos postelectorales.

La jugada de presentar Ernest Maragall es evidente que se hace para ocupar un lugar mayor en una disputa que se ha entendido que se planteaba en términos "maragallianos". Vamos pues a buscar "el cristo mayor" que permitirá probablemente recurrir a la exhibición impúdica en campaña de un personaje que ya no puede defenderse de tanto uso y abuso como se hace de él. No se puede negar que el giro de ERC ha descolocado notoriamente al "partido de Bruselas" ya que le ha echado agua al vino de su Crida Nacional. Que el independentismo vaya junto o no, no es tema menor. Ahora bien, que grupos que se reclaman republicanos se pongan en manos de un Maragall, apelando al argumento dinástico para pedir el voto, no deja de tener una cierta gracia. Y si el PDCAT --o como diablos quieran llamarse esta vez-- acaba por presentarse, lo hará tal vez también con un maragallista de casta, de los del Upper Diagonal, como es Ferran Mascarell, el cual, qué cosas tiene la vida, el día antes de que en Mas le hiciese Consejero de Cultura en diciembre de 2010, aun se esforzaba por ser candidato del PSC a la alcaldía, eso sí, si Montilla le liberaba de concurrir a primarias. Que la nobleza no suele estar para plebiscitos.

En fin, si alguien no se siente cercano o llamado por la cultura política maragalliana, quizás tenga la posibilidad de ir a votar a la CUP o bien al PP. Digo quizás, porque no descartaría que los independentistas más agrios no tuvieran a mano poder presentar algún pariente lejano del ahora encumbrado político. Los populares diría que tienen menos interés y menos posibilidades de establecer vínculos, pero no lo excluiría. ¡Cosas más extrañas se han visto! Esta "cultura política compartida", ahora repentinamente descubierta, me hace pensar en una entrevista al argentino general Juan Domingo Perón cuando estaba en el exilio. Se le preguntó por la previsión de resultados de unos comicios que se iban a producir. Fue dando porcentajes hasta agotarlos y el periodista sorprendido le espetó, "pero, ¿y los peronistas?", "ah", respondió el general, "peronistas son todos".