Los tiempos de Navidad y de Año Nuevo son propicios para hacer acopio de recuerdos y pensar en deseos futuros, en propósitos de enmienda y nuevas ilusiones. Mi recuerdo más cercano y lejano a la vez es el libro Maragall i el Govern de la Generalitat, que se presentó hace unos días en la sede corporativa de la editorial que lo ha publicado. La presentación del texto me generó una doble sensación.

Una, biológica por los recuerdos de hace más de 15 años, el blanco y el gris de los cabellos en la platea era el símbolo de la tranquilidad y el sosiego de una vida vivida con pasión. Un acto para el reencuentro vital con personas que en algunos casos hacía años que no había tenido el placer de encontrar. El acto fue sobrio, propio del personaje motivo del libro, y, si se me permite, bien llevado y mejor explicado. Un acto que deja un buen sabor de boca. Una presentación con una introducción ejemplar, una trama moderna bien hilvanada y un epílogo de final abierto, guion apto para todos los públicos que gusten del cine de autor. En esta parte biológica, los que tuvimos el honor y el placer de compartir momentos, yo especialmente como sherpa, en la etapa previa a la cronología del libro, sentimos sobre todo las ausencias.

La segunda sensación es política, el libro la plantea, y resume en una frase: “Se hizo mucho más de lo que aparenta y menos de lo que se quiso”. Constatado el placer, el orgullo de estar, de ayudar a soñar y a construir, me surgió una pregunta: ¿por qué no se pudo más?, ¿se podía haber hecho más? El libro apunta diferentes razones, que se proyectan también sobre la etapa Montilla. Quizá esa vocación de sherpa interpretando los ánimos urbanos y rurales me ha permitido decodificar parcialmente algún relato o silencio rural. Permítanme una ironía, o una metáfora. Los señores, los propietarios, los herederos, por una parte, y los masovers, los trabajadores por cuenta ajena, por otra parte, se distinguen por sus diferentes roles y actitudes. Las fuerzas progresistas, los masovers, pueden gobernar los municipios, ordenar la casa. Pero Cataluña ya es una finca mayor y no corresponde al masover su gobierno. Los menestrales pueden gestionar por encargo del señor, pero no les está permitido mandar, decidir, ordenar.

Estas notas fruto de la observación silenciosa me llevan a constatar una obviedad, el mandato del president Maragall y por extensión el president Montilla son atípicos y, si se me permite, también lo es el de Aragonès, sobre todo si persiste con algunas compañías. Porque es atípico que las fuerzas progresistas no hayan gobernado más de ocho años en todo el período que abarca desde 1980 hasta la actualidad.

Maragall no tenía complejo de inferioridad, sus orígenes sociales y culturales le permitían mirar a la cara a cualquiera, sin tener que estar cohibido y sobre todo no tener que sobreactuar. Señor de Barcelona, de Cataluña, de España y de Europa. Por eso generaba miedos y recelos atávicos.

Las fuerzas progresistas viven de las clases de ética y estética, que son básicas para configurar valores, pero a menudo los matices de los colores hacen perder la visión global del cuadro y conducen a sus protagonistas a batallas inútiles. Sin embargo, en las derechas, los propietarios aprenden básicamente a sumar y restar. La ley electoral en Cataluña es un buen paradigma, y no les hace falta mucho más para mandar. Maragall aprendió en el mundo anglosajón que en la síntesis de economía y poesía reside la riqueza social y cultural.

No hicimos la Pica d’Estats, hoy hay demasiados turistas. Pero los horizontes que se contemplan desde las alturas solo se hacen realidad a ras de suelo. La pregunta que puede surgir hoy es… ¿y ahora qué?