Volvimos a celebrar el Primero de Mayo, Día del Trabajo (y de la Madre), y volvimos a ver por televisión las habituales imágenes de las manifestaciones dedicadas a recordar la evidencia de que la vida de la clase obrera no es ninguna ganga.

Hace tiempo que esas manifestaciones tienen algo de puesta en escena de una obra mil veces representada, de una función que se monta por costumbre y casi por inercia, de un espectáculo que hace años gozó de plena vigencia y ahora adopta el aire de un paripé que se organiza porque hay que organizarlo, aunque solo sea para que los principales representantes de esos sindicatos que no se sabe muy bien qué hacen el resto del año lancen sus proclamas (en las que ni ellos mismo creen) y los supuestos parias de la tierra se hagan la ilusión (o lo aparenten) de que representan el cambio social y el progreso de la humanidad.

Volvimos a ver a Pepe Álvarez, líder de UGT, que no ha trabajado prácticamente nunca, pues enseguida se apuntó al sindicalismo y sus alegrías, luciendo una de sus habituales camisas floreadas (eché de menos sus fulares a lo Liberace) y soltando una de esas arengas tan vistosas que lleva años practicando (su compadre en Comisiones Obreras, Unai Sordo, hizo prácticamente lo mismo, pero sin el atuendo de optar a una plaza en la orquesta de Xavier Cugat).

Volvimos a ver a gente del Gobierno, como si se pudiera estar en misa y repicando, como si las supuestas reformas que se exigían no estuvieran en sus manos y fuese posible ejercer al mismo tiempo de activista y detentador del poder (papel que le cayó a Yolanda Díaz, aunque nadie en España lo borda como su amiga Ada Colau).

Volvimos a ver a la gente exhibiendo banderas y pancartas, pero ofrecían la misma impresión que sus dirigentes, la de estar participando en un espectáculo teatral en la línea de las procesiones de Semana Santa que se sabían de memoria, aunque ya no recordaran muy bien para qué se representaba.

Como con casi todo aquello que no nos importa gran cosa el resto del año, hemos convertido las inquietudes de la clase trabajadora en una de esas efemérides que se celebran un día de cada curso y se olvidan al siguiente. Para acabarlo de arreglar, también le dedicamos la jornada a la Madre Que Nos Parió, fabricando un doblete absurdo que, teniendo en cuenta que no hay dos sin tres, podríamos completar añadiendo a la festividad el Día del Pincho de Chistorra. Nuestra capacidad de banalizarlo todo, mientras hacemos como que nos lo tomamos muy en serio, es infinita.

Mientras el Día del Trabajo se adueñaba de los informativos de los canales de televisión, el Día de la Madre encontraba su hábitat natural en las redes sociales. Facebook se llenó de gente asegurando que su madre es (o fue) la mejor del mundo, cosa de todo punto imposible, por lo que resulta evidente que alguien miente.

Solo encontré un post discrepante, el de mi amigo Gabi Beltrán, autor de comics, quien nos informaba de que su difunta madre lo había zurrado a conciencia de pequeño y nunca le había demostrado el menor cariño. Que alguien sugiriera la posibilidad de que algunas madres no hacen muy bien su trabajo me pareció justo y necesario, pero es posible que algunos se indignaran ante la declaración de Gabi porque esas cosas no se dicen el Día de la Madre. De la misma manera que tampoco se deben poder decir sobre el Día del Trabajo las cosas que yo digo en este artículo. En el caso de Gabi, por cenizo; en el mío, supongo, por hacerle el juego a la derecha y demás acusaciones que te suelen caer encima en España cuando te pones a pensar por tu cuenta (aunque la decadencia del Primero de Mayo resulte achacable a la izquierda, ya que la derecha nunca lo celebró: es la izquierda, o lo que ahora entendemos por tal, la que envía a las manifestaciones a políticos y sindicalistas que representan como nadie lo de haz-lo-que-digo-no-lo-que-hago).

En un momento de la novela de Don de Lillo Cosmópolis, el protagonista se encuentra atrapado en medio de una manifestación antisistema que se desarrolla en Manhattan y piensa que policías y manifestantes forman parte del mismo teatrillo, de la misma performance, del mismo paripé que no conduce a ninguna parte. Igual me sentí yo el otro día viendo por la tele las imágenes de ese Primero de Mayo descafeinado y sin algaradas en el que el Gobierno y los sindicalistas se abrazan para cerrarle el paso a una extrema derecha algo difusa que, lamentablemente, existe, pero no debería usarse como espantajo para disimular la incompetencia y el cinismo de ministras activistas y sindicalistas de olla.

Si quieres que algo importante deje de serlo y se convierta en una parodia de lo que alguna vez fue, dedícale un día al año. Ya puestos, mata dos pájaros de un tiro y hazlo convivir con el más sentido homenaje a la autora de tus días. Puede que sea un poco pronto para añadir al Primero de Mayo el Día del Pincho de Chistorra, pero todo se andará. Tal medida, por lo menos, aportaría un poco de consuelo a los que no tuvimos una madre especialmente cariñosa y hemos asistido al suicidio de la socialdemocracia, a la progresiva cretinización de la izquierda y a la mutación de los líderes sindicales en peleles dedicados a la componenda y la mariscada.