Con el paso del tiempo se me han ido quitando las ganas de viajar. De joven, siempre estaba dispuesto a irme a cualquier parte en cualquier momento, así como a incrustarme en casa de quien fuera para ahorrarme unos pavos (aunque en cierta ocasión acabé durmiendo varias noches bajo el fregadero de la cocina, que no era muy espaciosa). Ahora, cada vez me da más pereza trasladarme a cualquier parte, tal vez por aquello que decía Kavafis de que lo que has quemado en tu ciudad lo has quemado en todas. O porque es inevitable acompañarse a uno mismo, cuando lo que más suelo necesitar es tomarme unas vacaciones de mí.

Desde la irrupción masiva del terrorismo global en nuestras vidas de señoritos occidentales, los aeropuertos se han convertido en enormes campos de concentración donde te pasas la vida recibiendo órdenes: quítese los zapatos, quítese el cinturón, vacíe los bolsillos de objetos metálicos….Todo ello para encontrarte, ya en el avión, con la voz metálica del capitán informándote de que tu vuelo ocupa la posición 213 en la lista de salidas y que, si todo va bien, el despegue tendrá lugar en un par de horas. Ah, y póngase cómodo y muchas gracias por viajar con nosotros.

Al terrorismo hay que sumarle la democrática sustitución del viajero por el turista. Y, a veces, por el turista a su pesar, como esas entrañables parejas jóvenes que te cruzas por Barcelona arrastrando a un par de críos cuya expresión de hastío denota que hubiesen preferido quedarse en Manchester o en Estocolmo. Pues lo siento, chavales, pero a papá le han dado las vacaciones en agosto y lo mejor que se le ha ocurrido es venir a fundirse de calor en Barcelona con toda la familia.

España se distingue por liderar los rankings más indeseables. Si hace unos años los españoles éramos los mayores consumidores de cocaína del continente europeo, ahora mismo, el aeropuerto de Barcelona encabeza la lista del tráfico aéreo con mayor número de demoras y cancelaciones. ¡Y aún no han empezado las inevitables huelgas! Cuando no son los controladores, es el personal de cabina o los que se encargan del handling en tierra. Todos están de acuerdo en una cosa: elegir las fechas que más puedan jorobar al pasajero. Las compañías, a todo esto, se muestran incapaces de ver venir cada año lo que sucede todos los veranos, y algunas de ellas -generalmente, las de precios más ajustados- se muestran chapuceras y poco dispuestas ni a dar explicaciones ni a pedir disculpas. Este verano, en Barcelona, Vueling y Ryanair se están llevando la palma, contribuyendo de manera espectacular a que los viajes en avión cada día se parezcan más al transporte de ganado.

Creo que era mucho mejor, francamente, lo que hacían nuestros abuelos (los que tenían posibles, claro, los demás a joderse): desaparecer de Barcelona entre San Juan y la Merced, instalarse en algún pueblo de montaña en el que corriese algo de aire y regresar a la ciudad cuando hubiesen pasado los calores. Yo hace años que me muero de ganas de veranear a la antigua, pero nunca lo consigo; o por falta de organización o porque soy un pelagatos, no lo tengo muy claro. Dentro de un par de semanas visitaré a unos viejos amigos parisinos en su casa de las Landas -llevan veinte años invitándome mientras yo iba haciéndome el sueco- y ya me estoy agobiando ante los diferentes trenes que voy a tener que pillar para llegar hasta allí. Por no hablar de que cada día llevo peor lo de incrustarme en casas ajenas, y no por temor a agobiar a mis anfitriones, sino, lo que es mucho peor a nivel humano, por el miedo a que mis anfitriones me agobien a mí.

Creo que llevo un camino excelente para convertirme en un misántropo de primera. ¡Que disfruten todos ustedes de sus bien ganadas vacaciones!