Hay cosas en España que no hay manera de que salgan bien. Sin ir más lejos, el reciente traslado de Franco del Valle de los Caídos al cementerio de El Pardo. Y si no, que se lo pregunten a Pedro Sánchez. La extrema derecha se le ha echado encima por electoralismo --algo de eso hay, ¿para qué negarlo?-- y lo ha tildado de miserable, rencoroso y profanador de tumbas. La extrema izquierda no se ha quedado atrás y ha insistido en lo del electoralismo y en que no hay por qué presumir de una iniciativa que debería haberse puesto en marcha hace años (para curarme en salud, caso de ser Sánchez, yo habría transportado el féretro del Caudillo colgando del helicóptero y lo habría dejado caer en la piscina de la mansión de los Ceaucescu en Galapagar, aunque creo que estos se habrían conformado con sacar al fiambre del ataúd y molerlo a palos ante las cámaras de La Sexta).

Diga lo que diga la oposición, Sánchez se ha marcado un tanto con esta decisión que debería haber adoptado en su momento Felipe González. ¿Electoralismo? Por supuesto: este hombre no deja pasar la más mínima oportunidad de practicar el autobombo. Pero aquí las acusaciones de electoralismo también forman parte de ese electoralismo, de la misma manera que las manifestaciones antisistema también han acabado siendo un elemento fundamental de ese sistema (como sostenía Don DeLillo en su excelente novela Cosmópolis).

Las cosas se podrían haber hecho con más discreción, pero a nuestro Pedro le gusta dar espectáculo; sobre todo, cuando faltan pocos días para unas elecciones que le pueden confirmar en el cargo. O no. A mí me ha resultado más molesta la actitud arrogante de Francis Franco y demás nietísimos, aunque haya propiciado algún que otro episodio de involuntaria comicidad: lo de Francis diciendo “esto es una dictadura”, después de que la policía le impidiera cubrir el ataúd del abuelito con una bandera nacional de cuando éste cortaba el bacalao, no lo supera ni Groucho Marx. Más discreto --aunque también refunfuñó lo suyo-- se mostró su hermano Jaime, que, en la distancia corta, es un tipo muy simpático, según me contó un viejo amigo que coincidió con él en un rehab para cocainómanos y le cayó muy bien; teniendo en cuenta que mi viejo camarada es muy cebolludo, la cosa tiene aún más mérito, sobre todo porque Jaime lo recibía cada mañana en el salón del desayuno a las voces de “¡Hombre, ya se ha levantado mi amigo el independentista!”.

Trasladada la momia, seguimos sin saber qué pasará con el Valle de los Caídos. Pero Sánchez es de los que piensan que ya se ocuparán del puente cuando llegue el momento de atravesarlo. Con Franco y sin Franco, lo de Cuelgamuros siempre será un mamotreto espantoso que pide a gritos la demolición, pero Sánchez ya se lo ha quitado de la cabeza. Con el segundo entierro de Franco, va que chuta. Y la oposición, que rabie cuanto guste. Él se ha cobrado una pieza de caza mayor y los que le ponen de vuelta y media, no. De aquí al diez de noviembre, citando a Unamuno, que inventen ellos.