Los políticos españoles no saben muy bien qué hacer con el presente y consideran el futuro una tierra ignota, pero su buena relación con el pasado, al que tanto les gusta recurrir para echarse las culpas mutuamente de lo que sea, se limita a un pasado más o menos remoto. De cosas que sucedieron hace unos pocos años nadie quiere saber nada, aunque sus consecuencias sigan vivas entre nosotros. Y en esta actitud no hay hecho diferencial que valga: todos los políticos españoles se comportan como políticos españoles en tales circunstancias.

Los nacionalistas vascos, por ejemplo, siempre están dispuestos a hablar del bombardeo de Guernica, pero de los crímenes de ETA mejor no decir nada, no fuésemos a crear alarma social. Los nacionalistas catalanes también se apañan con la guerra civil, pero prefieren remontarse al inicio del siglo XVIII para alimentar su victimismo; de los energúmenos de Terra Lliure que siguen por ahí dando la tabarra y sin manifestar arrepentimiento, o no quieren saber nada o los consideran figuras respetables del independentismo; en cuanto a las mangancias de la familia Pujol, el lío del 3% y demás temas vidriosos tampoco les gusta a hablar: son cosas que sucedieron en el pasado y en el pasado hay que dejarlas; a lo máximo que llegan es a echarse mutuamente la culpa de los desmanes más recientes, generalmente para eludir problemas con la justicia; ¿para qué flagelarnos con el 3%, además, cuando podemos lamentar hasta hartarnos las maldades de Felipe V tras el infausto año de 1714?

La derecha española también guarda una relación peculiar con el pasado. Pudiendo hablar de chekas y paseos con fines criminales, ¿para qué abordar las trapisondas recientes del Partido Popular? Fijémonos en cómo está afrontando Pablo Casado las últimas evoluciones del caso Bárcenas. No es solo que se coloque de perfil y ponga cara de yo-no-fui, sino que, prácticamente, nos está diciendo que eso son cosas del pasado, que él no estaba o solo pasaba por allí y que hay que consagrarse al presente, hombre, que agua pasada no mueve molino y tal y tal (como diría el llorado Gil y Gil). Lo mismo que dicen en Junts x Puchi sobre antiguas miserias morales convergentes, pero a nivel nacional. Según Casado, solo importa el presente. Su época. Sus años al frente de la nave. Lo de antes...¿A quién le interesa? A él no, desde luego. La caja B del partido, la posible responsabilidad de Rajoy, las quisicosas de Esperanza Aguirre, el máster y las cremas de Cristina Cifuentes...Chorradas, futesas, reliquias de un mundo viejuno como el de Muchachada Nui. Hablemos del presente. Hablemos de mí. O de las barrabasadas de los rojos en la guerra. O de ahora mismo o de hace 80 años, pero, por favor, no me venga con asuntos de los que ha pasado tan poco tiempo que aún no pueden abordarse con el preceptivo rigor histórico. ¿Bárcenas, dice? ¡Un mangante, un chorizo, un delincuente! ¡Un indeseable que nos quiere buscar la ruina! De verdad que no entiendo cómo fuimos capaces de ponerlo de tesorero…Perdón, cómo FUERON, yo no estaba o no tuve nada que ver o ese día falté a clase o estaba enfermito o….

Parece que Luís Bárcenas está dispuesto, por fin, a tirar de la manta. Lo de su mujer en el talego no lo lleva nada bien. Según él, los gerifaltes del PP le prometieron que, a cambio de una mezcla de discreción, silencio y omertá, Rosalía no iría a la cárcel. Pero sí fue a la cárcel. Y ahora su marido, en la mejor tradición mafiosa, anuncia su venganza. Veremos en qué acaba todo, pero de momento, es evidente que la cosa no hace ninguna gracia entre los actuales mandamases de su ex partido, que se muestran, al igual que la inmensa mayoría de los políticos españoles, extremadamente reacios a hablar del pasado reciente, de lo que sucedió hace cuatro días, como aquel que dice.

Bárcenas se suma así a Otegi, Pujol y otros muertos mal enterrados de los que asoma siempre un brazo o una pierna. Nadie quiere hablar de esos muertos, tal vez porque no lo están del todo. Mejor recordar 1936. O aún mejor, 1714. Lo que sucedió hace poco más vale olvidarlo. Todo sea por evitar la alarma social, claro está.