No está muy claro si los concursos de belleza son una muestra de empoderamiento femenino o un espectáculo machista que debería prohibirse. Tal como está el patio, uno piensa que tales concursos no hacen ni bien ni mal, son una convención más, una costumbre, algo con lo que entretenerse y una posibilidad de prosperar para quien los gane. Cada año, la galardonada de turno asegura confiar en que su éxito sirva para contribuir a la paz en el mundo, como si una mujer, por el simple hecho de estar buena, pudiese contribuir a algo más que a la felicidad de quien se la beneficie, pero bueno, mejor decir eso que aprovechar la ocasión para decir algo como "espero que con este título me salgan unos novios mejores que los que he tenido que aguantar hasta ahora, que eran todos de juzgado de guardia".

Cada país puede elegir si envía o no a una representante al concurso de Miss Universo. Y ésta, en principio, puede retratarse con quien le de la gana. Sin embargo, nos enteramos de que Miss Irak se ha metido en problemas al fotografiarse en actitud amistosa con Miss Israel. En su país se han puesto de los nervios ante esa muestra de confraternización con el enemigo. A las amenazas telefónicas recibidas por haber posado en bikini, se suman ahora las de fundamentalistas islámicos que le dicen que se va a enterar de lo que vale un peine cuando vuelva a Irak. Su familia, por si las moscas, ya ha abandonado el país. La pobre chica, Sarah Idan, se ha apresurado a declarar que ella no está de acuerdo con la política de Israel, pero que su representante, Adar Gandelsman, no tiene la culpa de nada. Ni así. Y la cosa tiene precedentes: en 2015, a Saly Greige, Miss Líbano, ya se la amenazó con retirarle el título por salir en la misma foto con Doron Matelon, Miss Israel ("¡Se me coló en la foto!", declaró la libanesa para evitar el linchamiento).

Uno se pregunta para qué se presentan los países islámicos a un concurso que deben considerar decadente, pecaminoso y, sobre todo, perversamente occidental

Uno se pregunta para qué se presentan los países islámicos a un concurso que deben considerar decadente, pecaminoso y, sobre todo, perversamente occidental. Si no quieren ver a sus chicas medio desnudas y retratándose con puercas infieles, ¿por qué no organizan sus propios concursos de belleza? Imagino a todas las concursantes cubiertas de los pies a la cabeza por un discreto burka negro que solo deja al descubierto los ojos (bueno, con uno es suficiente). Imagino a los miembros del jurado echando mano de la imaginación para deducir cuál es la más hermosa entre toda esa selección de mesas camillas humanas. El concurso podría llamarse Miss Saco de Patatas Islámico, y su retransmisión por las televisiones locales llenaría de orgullo a los fundamentalistas. La moral islámica saldría reforzada y, por el mismo precio, esas pobres chicas que se presentan ahora a Miss Universo se ahorrarían fotos comprometidas, exhibirse ante infieles y amenazas de muerte para ellas y sus familiares. Si no te gustan las reglas del juego, invéntate otras, ¿no?