Una de mis (muchas) manías inofensivas es la de interesarme, obedeciendo a un sentido del humor un pelín retorcido, por la historia y la actualidad de Corea del Norte, que es, probablemente, el país más demencial de la tierra en estos momentos. Todo lo que sé de Corea del Norte se lo debo a la prensa, a algunos libros y a Alejandro Cao de Benós, el delirante aristócrata tarraconense que ejerce de embajador extraoficial en España del régimen de Kim Jong-un, que es como la versión siniestra de El pequeño rey, el personaje de comic de O. Soglow, que también era gordito y lucía unos ropajes que le llegaban hasta los tobillos.

La última noticia que me ha llegado de Pyongyang se la debo, precisamente, al inefable Cao de Benós, quien descubrió el paraíso coreano en la adolescencia y se jacta de estar tan bien situado en él que ya ha enviado a más de uno al paredón o, por lo menos, a algún campo de reeducación comunista. Según él, la Generalitat se puso en contacto con la embajada norcoreana en Madrid para ver si se prestaban a echar una manita con lo del prusés. No sé si es cierto, pero resulta verosímil en Puigdemont y sus muchachos, cuyo grado de locura no alcanza las cimas del Gobierno de Kim Jong-un, pero para Europa no está nada mal.

No sé si es cierto que la Generalitat pidió ayuda a Corea del Norte con el 'prusés', pero resulta verosímil en Puigdemont y sus muchachos, cuyo grado de locura no alcanza las cimas del Gobierno de Kim Jong-un, pero para Europa no está nada mal

Soy consciente de que lo que desde aquí resulta cómico en su patetismo debe ser una pesadilla para los habitantes de Corea del Norte. En ese sentido, la lectura de La acusación, relatos de un disidente interno apodado Bandi, resulta aterradora. Igual que la del ensayo de Paul Fischer Producciones Kim Jong-il presenta..., retrato del padre del actual mandamás y su obsesión por el cine, que le llevó a secuestrar al director más famoso de Seúl y a su esposa, una de las actrices más populares, para que le ayudaran a levantar la mortecina industria cinematográfica norcoreana (los pobres consiguieron darse a la fuga en Viena, corriendo como gamos hasta la embajada norteamericana, tras unos años infernales rodando basurillas a granel para hacer feliz a su secuestrador).

La capacidad alienante del comunismo está fuera de toda duda, pero lo de Corea del Norte, un país, según Fischer, en el que todos actúan constantemente porque no saben si el amigo o el vecino con los que hablan los pueden denunciar, va más allá de todo lo conocido. La única esperanza es que a Little Rocket Man --como lo ha rebautizado Donald Trump, otro que tampoco está exactamente en sus cabales-- se le vaya la mano con sus lanzamientos de misiles y acabe recibiendo el castigo que se merece. No sería el primer tiranuelo que se hunde por estirar en exceso de la cuerda: recordemos a Sadam Husein, al que nadie chistaba mientras se limitaba a jorobar a su propio pueblo, pero que firmó su sentencia de muerte cuando le dio por invadir Kuwait. Más le valdría al Brillante Camarada --su abuelo era el Gran Líder y su padre, el Querido Líder-- seguir el ejemplo del Caudillo y no meterse en política. Lo dicho, mientras solo le amargues la vida a los tuyos, puedes respirar tranquilo.