El caso de la enfermera de Vic a la que, mientras arrimaba el hombro contra el coronavirus, le soplaron la casa unos okupas que la han dejado en la calle es el último capítulo, hasta el momento, de una historia absurda que nadie entiende. Lo normal sería que si unos jetas se cuelan en tu domicilio tras cambiar la cerradura, la policía los sacara de ahí de manera expeditiva y les aplicara las preceptivas consecuencias penales, pero nada de eso sucede. Aunque nadie comprenda por qué, los jetas en cuestión, una vez se han instalado en una casa que no es la suya, tienen unos derechos que se le niegan al propietario de la vivienda, que se ve obligado a iniciar un proceso judicial que puede durar dos años y que le supondrá, además de una frustración enorme, unos gastos notables en abogados. ¿Por qué la ley española es tan garantista con los okupas y tan poco con el ciudadano al que le han birlado la vivienda? Cualquier sujeto que no pueda (o no quiera) pagar un alquiler, puede colarse donde le apetezca, empadronarse ipso facto, cambiar la cerradura y disfrutar de un alojamiento como Dios manda.

En el caso de que te echen en un par de años, te cuelas en otra casa y aire. Y siempre encontrarás a alguien que aplaudirá tu estilo de vida, a veces a un político de Podemos o de los Comunes que te pondrá como ejemplo de digna respuesta a las injusticias del capitalismo. De esta manera, el colectivo se ha ido creciendo a lo largo de los años y considera que lo suyo es un derecho. Los hay, incluso, que aseguran que el edificio que han ocupado es un equipamiento cultural para el barrio, aunque en la práctica sea el centro de unas juergas espectaculares a base de birra, canutos y discos de rock radical vasco a toda pastilla. Es evidente que la cosa se nos ha ido de las manos y que hay que cambiar la legislación al respecto, pero no veo que nos estemos dando mucha prisa y, de momento, la enfermera de Vic sigue en la puta calle.

No negaré que la cosa tuvo en un principio cierto carácter romántico. Lo digo por los squatters que conocí a finales de los años 70 en Londres o Berlín. Más de un músico que luego se hizo famoso ejerció de squatter una temporada, pero a nadie se le ocurría colarse en casa de alguien y hacerse fuerte allí dentro con la complicidad de los jueces. En la era underground tuve un amigo, dibujante de cómics, especializado en no pagar el alquiler, pero el hombre no tenía ninguna excusa social y sabía que lo suyo era una mezcla de cara dura y supervivencia. Cuando iba a alquilar un piso, se vestía de punta en blanco, mostraba ingresos falsos, aparentaba pertenecer a la alta burguesía y siempre se salía con la suya. Una vez instalado, pagaba el primer mes (con suerte) y dejaba de aforar hasta que lo echaban, proceso que también solía durar un par de años. Luego se ponía de nuevo el traje y vuelta a empezar. Nunca creyó que lo suyo fuese una lucha contra el sistema.

Nuestros okupas, por el contrario, han ido evolucionando de la picaresca a la delincuencia con coartada social, sin que nadie mostrara mucho interés en pararles los pies. Que Barcelona es un robo lo sabemos todos, pero para eso se han inventado actitudes como la de mi amigo el dibujante underground o la del maestro Manuel Vázquez, sablista profesional con una gran tendencia a no sacar nunca la cartera. Una cosa es la picaresca, que cuenta con un noble pasado en la literatura española, y otra es la cara de cemento armado que muestran todos esos sujetos que se te cuelan en casa convencidos de estar plantando cara al capitalismo salvaje. La actitud de nuestros jueces, directamente, no la entiendo. Y cada vez comprendo mejor a los que recurren a empresas como Desokupa para solucionar su problema. Ya sé que lo progresista es rasgarse las vestiduras y decir que no puede uno tomarse la justicia por su mano, pero cuando la justicia no sirve para nada y te han dejado en la calle, algo vas a tener que hacer, ¿no? Total, si la ley cumpliera con su misión, no existiría Desokupa ni nada parecido. A veces la gente se toma la justicia por su mano no porque sean unos bestias, sino porque quien debe defenderles adopta una actitud incomprensible.