Llevo un tiempo asistiendo a la molesta expansión de una línea de pensamiento (por llamarla de alguna manera) que se resume en la frase del título de esta columna o en otra muy parecida: “No me creo nada de lo de Ucrania”. Suele apuntarse a ella gente que se considera de izquierdas o que disfruta de las teorías conspiranoicas. Según ellos, nada de lo que se nos cuenta es digno de crédito, la realidad es más compleja de lo que aparenta y lo que todos hemos visto con nuestros propios ojos hay que ponerlo en duda, pues viene manipulado por el imperialismo norteamericano, la pérfida OTAN y puede que hasta el sionismo o la masonería internacional.

¿Qué es lo que hemos visto? Aparentemente, el ataque de la Rusia de Putin a un país vecino que se le estaba desmandando y se moría de ganas de unirse a la parte menos lamentable de Europa para prosperar un poco y perder de vista a Vladimir Vladimirovich, que es de abrigo y no es del todo seguro que esté bien de la cabeza. Pero los que vemos las cosas así no somos más que unos borregos que se tragan todo lo que les cuentan.

Afortunadamente, los espabilados que se dicen de izquierdas están ahí para quitarnos la venda de los ojos y demostrarnos que Vladimir Vladimirovich es un pobre chico hostigado por Estados Unidos y acorralado por la OTAN que solo quiere lo mejor para su país y se ha visto obligado a meter mano en Ucrania, cuyos líderes son unos nazis, drogadictos y, probablemente, pedófilos a los que hay que exterminar por el bien de la humanidad. Componen este contingente, por lo que he podido comprobar, marxistas de edad avanzada, buenos burgueses que se creen de izquierdas, votantes de Podemos y los comunes y, en general, gente sabia (y vagamente antisistema) a la que no se la dan con queso. Los distinguiréis enseguida en cuanto salga a la conversación el tema de la guerra, momento en el que, adoptando un aire entre conspiratorio e iluminado, os dirán lo de que no se creen nada de lo de Ucrania o lo de que a ellos no los engañan con la información manipulada que llega a este rinconcito de la Europa del Sur.

La idea fuerza de su toma de posición es que Putin no es tan malo como nos lo describen nuestros medios de comunicación vendidos al capitalismo, al fascismo y puede que al satanismo (de hecho, este personal constituye una versión seudo progresista de los majaretas de Q Anon, los que creían que Joe Biden y Hillary Clinton se reunían con los miembros de su logia de pedófilos adoradores de Satán en el sótano de una pizzería de Washington D.C.).

Aquí los culpables son, como de costumbre, los americanos y la OTAN, que no me dejan vivir tranquilo al pobre Vladimir Vladimirovich y no tienen en cuenta que fue un pandillero adolescente que se tuvo que buscar la vida en las malas calles de Leningrado y, por consiguiente, tiene la mecha muy corta. Si les dices que te parece que Zelenski está haciendo un papel muy digno ante el marrón que le ha caído, te salen con que el antiguo cómico televisivo es un hijo de puta de tendencias fascistas que machacaba sin piedad a la población pro rusa del Donbás (seguido de una referencia al batallón Azov, aspirante, al parecer, a instaurar el Cuarto Reich en Ucrania). Y un cocainómano (supongo que también pedófilo y puede que adorador del Maligno). Un ser abyecto al que Putin se ha visto obligado a poner en su sitio por el bien de la humanidad.

En cuanto a las atrocidades cometidas por el ejército ruso a la vista de todos, resulta que también eso es pura manipulación. En realidad, los ucranianos destruyen sus propios edificios, se hacen los muertos para las televisiones europeas e incluso violan a sus propias mujeres, todo ello para hacer quedar mal al pobre Vladimir Vladimirovich, que solo quiere lo mejor para todos nosotros.

Por mi experiencia al respecto, puedo asegurarles que esta, digamos, línea de pensamiento se ha extendido en los ambientes por los que me muevo y ha accedido a las redes sociales, donde cada vez hay más comunistas tronados, votantes de Podemos y almas bellas en general expandiendo la verdad entre nosotros, los borregos vendidos a Estados Unidos y a la OTAN, organización maléfica donde las haya por la que uno, en justa reciprocidad, cada día siente más simpatía.

Ah, se me olvidaba: a los ucranianos no hay que enviarles armas, pues así solo se contribuye a la destrucción general, participando en el plan de Biden para convertir Europa en el patio trasero del imperio yanqui. ¿Y qué hay que hacer?, preguntas a los nuevos misioneros de la paz, ¿Dejar que machaquen a los ucranianos? No me han respondido con claridad, pero es la conclusión a la que he acabado llegando. Total, son una pandilla de nazis cocainómanos y se merecen todo lo que les pase.

Los defensores de la Nueva Verdad tienen un aspecto normal y no los identificas hasta que hablan. Entre ellos hay políticos, periodistas, profesores de universidad y hasta algún artista conceptual (y tengo detectada a una feminista, incluso). Hacen como que te informan de la realidad mientras adoptan un tono perdonavidas que resulta muy irritante. Cualquier intento de razonar con ellos resulta de una futilidad desoladora. A mí solo se me ocurren dos maneras de hacerles frente: partiéndoles la cara o dejándoles con la palabra en la boca. De momento, he optado por la segunda opción, pero no descarto pasarme a la primera si insisten en contarme sus malditas verdades del barquero sin que yo lo hubiera solicitado.