La última marrullería de Pedro Sánchez ha puesto el listón muy alto hasta para un oportunista de su calibre. Pero, hombre de Dios, ¿todavía no te has dado cuenta de que con Bildu no se puede ir ni a la herriko taberna? Y menos para derogar algo tan importante como unas medidas laborales, aunque hayan salido de los cráneos privilegiados de los líderes del PP. Total, para conseguir la abstención de cinco individuos de dudosa catadura moral en tus constantes renovaciones del estado de sitio, perdón, de alarma. Supongo que todo es empezar: una vez has formado gobierno con un bolchevique absurdo al que no soportas, ya va todo cuesta abajo y, con tal de salirte con la tuya, pactas hasta con Belcebú (por cierto, ¿por qué será que los escraches a los Ceaucescu de Galapagar, aunque moralmente reprobables, adoptan cierto tono de justicia poética y de remake político de la célebre cinta de los hermanos Lumiere El regador regado? ¿Se acordará el ahora escracheado de cuando le hizo la vida imposible a Rosa Díez cuando ésta intentaba pronunciar una conferencia en la universidad? ¿Encontrará divertida la protección de la Guardia Civil, teniendo en cuenta que no hace mucho consideraba a los miembros de las fuerzas de seguridad del estado unos esbirros del capital dedicados a sojuzgar a las clases populares? ¿Se habrá dado cuenta de que ya forma parte de la --peor-- casta?).

Lo mejor que le ha pasado a Sánchez es tener una oposición que da grima verla y que, según las encuestas, está llevando al votante a pronunciar mentalmente la célebre jaculatoria Jesusito, Jesusito, que me quede como estoy. Entre el alumno aventajado de Aznar y el fan de José Antonio, puede haber Sánchez para rato, pactando siempre con quien haga falta para satisfacer sus intereses a corto plazo (piano, piano, si va lontano). Si lo único que saben hacer la derecha y la extrema derecha es denunciar una supuesta dictadura socio-comunista y soltar a una pandilla de cacerolos por el barrio de Salamanca, el avispado Pedrito puede respirar tranquilo. Sí, ha quedado como un cochero con ese pacto con Podemos y Bildu del que no ha informado a nadie hasta que ha conseguido lo que quería, pero para dar explicaciones, por absurdas e increíbles que resulten, siempre están Adriana Lastra, que es como la presidenta de su club de fans, y el fúnebre y deprimente José Luís Ábalos, a quien, desde el incidente en Barajas con cierto avión bolivariano, se le ha puesto una cara de cemento armado de gran utilidad a la hora de tragarse los marrones del señorito, cuya principal defensa consiste en decir que, como no podía contar con el PP ni con ERC, pues tuvo que recurrir a Bildu (lo cual es como pedirle ayuda a Charles Manson para clavar unos cuadros porque Ned Flanders se ha ido a misa y no está disponible).

Ante este panorama político lamentable, en el que Gobierno y oposición luchan denodadamente por el Gran Premio a la Irresponsabilidad, Inés Arrimadas intenta rehacer el partido que se cargó su antecesor cuando le dio, inspirado por el Gran Visir Iznogud, por ser califa en el lugar del califa, pero lo único que consigue es que la linchen y la acusen de traidora y, posiblemente, felona. No sé si lo que hace lo hace por oportunismo o porque cree que Ciudadanos debe volver al centro izquierda que definía al partido en su nacimiento. Me gustaría inclinarme por la segunda posibilidad, pero uno ya no se fía de nadie. En cualquier caso, apartarse de las malas compañías (PP y, sobre todo, Vox) no solo me parece bien, sino también lo más inteligente que se puede hacer una vez se ha demostrado que en la derecha española hay overbooking y por ahí no hay quien medre. Lamento la fuga de Girauta y Mejías (por la que siento un aprecio personal), pero me alegro de perder de vista a Marcos de Quinto, un capitalista paródico, como de cuadro de Grosz, cuyo fichaje por Rivera fue la señal definitiva de que Ciudadanos tomaba un rumbo moralmente reprobable y políticamente erróneo (por lo menos, para los que habíamos confiado en ese partido en sus inicios). Puestos a confirmar el giro socialdemócrata -cosa de la que nadie está convencido-, lo suyo sería despedir al cocacolo con aplausos y unos frascos de brillantina y recibir con los brazos abiertos a Jordi Cañas, Sergio Sanz y demás militantes maltratados del ala izquierda del partido.

Y es que por el centro izquierda se puede crecer, no hay tumultos como en la derecha y en la extrema derecha y, poco a poco, se puede ir recuperando la idea inicial de Ciutadans. Girauta ha dicho que se va porque no quiere hacer de bisagra, pero el partido nació precisamente para eso, para que su participación en la vida pública condenara a la irrelevancia a los separatistas y a los iluminados del clan de los Ceaucescu. Parafraseando Pedro Navaja, la canción de Rubén Blades, “Si naciste pa bisagra, del cielo te caen los goznes”. Si se puede pasar de bisagra a gobierno, todo eso que te llevas, pero sin las prisas y la lectura equivocada de la realidad que acabaron con Rivera y casi con el partido. No va a ser fácil resucitar a ese muerto viviente que es Ciudadanos, al que muchos intentan ya devolver a patadas al ataúd, pero algunos lo agradeceríamos con el gobierno y la oposición que tenemos que soportar en estos momentos.