Al revés se lo digo para que me entiendan: Albert Rivera no para de darme alegrías desde el día aciago en que renunció a la socialdemocracia, a sus pompas y a sus glorias, para abrazar el camino neoliberal (que rima peligrosamente con Neocatecumenal, lo de los Kikos). Su última epifanía me ha sentado como un tiro: me refiero a lo de que no contempla ningún tipo de acuerdo con los sociatas tras las elecciones generales del 28 de abril. Me gustaría saber por qué. ¿Tan a gusto se encuentra en la discutible compañía del PP y de Vox? ¿No habíamos quedado en que el partido de Santiago Abascal era una excrecencia del sistema democrático de la que más valía mantenerse a una prudente distancia?

No basta con acudir a manifestaciones y no saludarse con los de Vox, ni decir que lo de Andalucía se debía a un pacto con el PP y que Abascal se había colado en la fiesta como un gorrón al que nadie había invitado. ¿No se suponía que Ciudadanos era un partido bisagra progresista cuya principal función consistía en impedir que los nacionalistas, la extrema derecha y la extrema izquierda pudiesen inclinar la balanza? Si hay un partido en España capaz de arrojar a las tinieblas exteriores a gente tan molesta como los independentistas, los rancios de Vox y los no menos rancios de Podemos, es (o debería ser) Ciudadanos. Y, sin embargo, ahí tenemos al señor Rivera poniéndole un cordón sanitario al señor Sánchez, quien puede que solo sea un hábil saltimbanqui de la política, pero no merece -ni él ni su partido- la condición de apestado.

La vida del socialdemócrata español es un asco porque no hay nadie que lo represente. Ciutadans -ya que no Ciudadanos- pareció cumplir esa función durante un tiempo, pero ahora lo único que trasluce es la obsesión de su líder por llegar a presidente de la nación a cualquier precio. El PSOE va dando bandazos y un día se envuelve en la bandera y al siguiente busca a un relator para hablar con una gente a la que no debería dirigir la palabra (si es que no hace ambas cosas de manera simultánea). Y, mientras tanto, la derecha a lo suyo, que es meter cizaña y amenazar con el Apocalipsis si los españoles no hacen un examen de conciencia y les votan (pelillos y Gurtel a la mar). En nombre de los socialdemócratas de este país, pregunto: los que no aguantamos al PP ni a Vox ni a Podemos, ¿a quién podemos votar en las próximas elecciones? ¿Qué tenemos, aparte de dos maquinarias seriamente averiadas de lo que queda de la socialdemocracia europea de la posguerra?

Negarle el pan y la sal al PSOE, como hace Rivera con la excusa de que Sánchez es un traidor (y puede que hasta un felón, según Casado, que no se ha movido del Siglo de Oro) refuerza a Vox y arroja a los sociatas en brazos de Podemos, los de la nación de naciones y el derecho a decidir y la mansión en Galapagar para su líder máximo, mientras subsume a Ciudadanos en un amasijo de derechistas que a muchos no nos hace ninguna gracia.

No me parece que haya tantas diferencias entre el PSOE y Ciudadanos -partido que intentó nombrar presidente a Sánchez hace un tiempo, en un intento abortado por el maximalismo de Podemos, que prefirió seguir aguantando a Rajoy por lo del cuanto peor, mejor-, y su unión libraría a la patria de opciones más viejas, cansinas y peligrosas. A no ser que Rivera considere que la compañía del PP y Vox es inmejorable, lo que también podría ser, dada la particular evolución ideológica de este hombre, entre cuyas prioridades no parece figurar el alivio de la sensación de soledad y abandono que experimenta el sufrido votante socialdemócrata español.