El rijoso Harvey Weinstein abrió la puerta a todo tipo de quejas sobre el acoso sexual en la industria audiovisual norteamericana. Después de que el tragaldabas de Harvey reconociera que igual se le había ido la mano --durante treinta años, ¡tan solo!-- con una serie de actrices, empezaron a salir acosadores de debajo de las piedras. Y la reacción del mundillo del cine ha sido muy similar a la de Claude Rains en la famosa secuencia de la redada de Casablanca: "¡Qué escándalo, me han dicho que aquí se juega! ¡Deténganme a los sospechosos habituales!".

Cosas que se sabían hacía años, y ante las que todo el mundo hacía la vista gorda, se comentan ahora con hipócrita indignación, y cada día aparece un nuevo miserable que, tiempo atrás o hace dos días, se comportó como no debía con las mujeres que se cruzaban en su camino. O con los hombres, en el caso de Kevin Spacey, que hace más de tres décadas, ligeramente intoxicado por el alcohol (o eso aduce él), intentó beneficiarse a un chaval de catorce años. El bochorno le ha obligado a declararse homosexual, algo que era del dominio público desde hace tiempo y que, además, ha indignado a la comunidad gay, molesta por los intentos del actor de ocultar la pedofilia bajo la homosexualidad. Como traca final, el futuro de la serie House of cards pinta confuso, e igual se acaba antes de tiempo. Gracias a pioneros de la cara dura como Michael Douglas --inolvidable adicto al sexo necesitado de ayuda y compasión, como todos sabemos--, Spacey se ha apuntado a un rehab para curarse de sus tendencias. Esperemos que, a diferencia de Weinstein, no se quede frito de aburrimiento en las sesiones de terapia de grupo.

Hay otros entornos, habitados por miserables anónimos y sus presas igualmente anónimas, en los que la prensa no se fijará por temor a no captar la atención de nadie

¿Pedirá también ayuda Dustin Hoffman, acusado ahora de toqueteos y groserías varias por una mujer que tenía diecisiete años en el momento de los hechos? ¿Cómo saldrá de ésta el director Brett Ratner, especializado en películas malas pero comerciales, al que le empiezan a caer acusaciones de conducta impropia desde todas partes? ¿Quién será el próximo en ser desenmascarado como un cerdo que abusaba de su poder? Y, sobre todo, ¿cuándo dejará Hollywood de cultivar su narcisismo hasta en las peores facetas del negocio?

En esta desgraciada historia hay, por lo menos, nombres y apellidos. Muchos de ellos, víctimas o verdugos, con cierto glamour. Pero hay otros entornos, habitados por miserables anónimos y sus presas igualmente anónimas, en los que la prensa no se fijará por temor a no captar la atención de nadie. Un abuso entre famosos es comercial, pero si el encargado de un supermercado disfruta tocándoles el culo a las cajeras, ¿a quién le importa? Y esas cajeras solo tendrán la oportunidad de dar a conocer su desgracia si algún hipócrita de Hollywood cree que puede ganar dinero con una historia de profundo interés humano.