El presidente del Gobierno francés, el siempre atildado Emmanuel Macron, está haciendo últimamente algunas cosas que le granjean las críticas de los biempensantes, sean éstos de derechas, de izquierdas o ni una cosa ni otra. Primero propuso un acercamiento gubernamental a la Iglesia católica, con la excusa de que Francia es un país políticamente laico, pero socialmente católico. Luego se solidarizó con uno de los colectivos más impopulares del mundo, los cazadores, restableciendo la costumbre de las cacerías organizadas por el Elíseo que eliminó Chirac (por influencia de Brigitte Bardot, según las malas lenguas, aunque no hay constancia de que el rijoso Chirac se cobrara el favor en especie). Supongo que se le echarán encima los animalistas, como ya le han increpado previamente su anterior jefe, François Hollande, y su, digamos, rival, el inefable Mélenchon, súper izquierdista un pelín demagogo que recuerda bastante a los mandamases de Podemos. Hollande, que odia a Macron por traidor al socialismo (y, sobre todo, a él mismo), dijo que su sucesor carece de ideología y que, literalmente, “solo piensa en sacar adelante su empresa”.

Llevo días dándole vueltas al concepto de empresa y no me parece tan negativo como pretende Hollande. La carencia de ideología tampoco me ofende, viendo a donde condujeron las grandes teorías del siglo XX. De hecho, con un gestor al mando del país, de cualquier país, muchos nos conformaríamos. Total, para la birria de ideologías que corren, ¿quién las necesita? Ser fascista, como Marine Le Pen, o comunista, como Mélenchon, es, si lo pensamos bien, un atraso, y debería darles vergüenza a ambos reivindicar tan a las claras sus apestosos orígenes. Ser nacionalista, como bien sabemos los catalanes, es un espanto anacrónico que solo trae problemas. La única ideología medio decente que nos quedaba, la socialdemocracia, se está yendo al carajo velozmente, tal vez porque el capital ya no la necesita para tranquilizar al obrero, al que, desaparecido el coco del comunismo soviético, se puede machacar sin tasa y sin disimulo ideológico alguno.

Sin ideologías no hay épica alguna, lo sé, pero creo que el futuro será de los gestores

Macron va poco a poco. Ya tiene de su parte al clero (los curas también votan) y a los cazadores (un millón de votantes franceses). Puede que ahora vaya a por los aficionados a la filatelia o a por los consumidores de pornografía, pues entre unos y otros deben sumar un buen número de posibles votantes. Las cuestiones ideológicas se la pelan, evidentemente, y actúa como un empresario, en eso tiene razón Hollande. Pero no seré yo quién se lo eche en cara mientras se preocupe por la justicia social y un reparto equitativo de la riqueza y no se dedique a trincar. Le considero un pionero de la nueva política, como a Albert Rivera, que no es de derechas ni de izquierdas porque su única obsesión desde la infancia es llegar a presidente del Gobierno --si las encuestas le dicen que vuelva a la socialdemocracia, lo hará sin dudarlo, y en cuanto amainen las manifestaciones de jubilados, pasará de ellos como de la peste--, y dedicarse a gestionar la realidad con eficacia y discreción (o eso aparenta: ya veremos cuando le toque sustituir al poltrón de Rajoy).

Sin ideologías no hay épica alguna, lo sé, pero creo que el futuro será de los gestores. No me parece un drama que la ideología se reduzca al ámbito personal y puedo vivir sin las soflamas de los líderes políticos. Me conformo con que no me roben y muestren cierta humanidad ante los problemas reales de la gente. No es pedir mucho, ¿verdad?