Puede parecer un enfoque frívolo de la cuestión, ya que la principal preocupación que generan los dictadores, dictadorzuelos y tiranos en general es su visión del mundo, que los lleva a hacer la vida imposible a todo aquel que no les da la razón ni les rinde pleitesía. Pero yo creo que la cosa tiene su busilis, pues a poco que nos fijemos y le echemos un vistazo a la Historia comprobaremos que la mayoría de esos seres siniestros tienen unos looks imposibles que parecen diseñados por su peor enemigo. Lo hemos podido comprobar recientemente con la llegada a Vladivostok del Brillante Camarada norcoreano, Kim Jong Un (su padre era el Querido Líder y su abuelo, el Gran Líder). Se presenta en un tren de aspecto vintage y su puerta no coincide con la alfombra roja que le han puesto las autoridades rusas (posibilidad de que el maquinista acabe fusilado). Cuando baja, luce un atuendo ridículo no, lo siguiente: traje negro seis tallas más grande --versión comunista del que llevaba David Byrne en Stop making sense--, pantalones abombachados, abrigo negro como de cura de provincias y, rematando el portentoso outfit, un sombrerito negro de tamaño reducido, como los que solía lucir el inolvidable Luis Aguilé. Solo verle, te da la risa floja, aunque todo el mundo lo trate como si viniese vestido de Armani. No se había visto algo igual desde que Berlusconi recibió a Tony Blair con un pañuelo de pirata a lo Espartaco Santoni en la cabeza.

Sus precedentes históricos también resultaban asaz ridículos: el tupé y el bigotito de Hitler eran grotescos; a Franco, además de tener voz de pito, le sentaba igual de mal la ropa castrense y la civil; Stalin tenía la pinta de lo que era, un gañán georgiano dado a chupar del frasco; Mussolini intentaba disimular su baja estatura proyectando el mentón hacia arriba (los italianos se llevan la palma de la chufla con sus himnos zarzueleros --Fasceta nera o aquel que decía Avanti, siam fascisti, terror dei comunisti-- y el salacot con plumas de los bersaglieri, aquellos que desfilaban a toda pastilla y dando saltitos).

El tiranuelo sudamericano se distingue por sus discursos interminables (Castro) o pomposamente grotescos (Maduro). Mención especial para el venezolano Diosdado Cabello, que en su programa televisivo Con el mazo dando, aparece sosteniendo una porra idéntica al mítico toma-toma de Goliat, aquel tuerto cachas que iba siempre con el Capitán Trueno. Y no nos olvidemos de una de las pandillas de imbéciles más difíciles de erradicar de la historia, el Ku Klux Klan, con sus capirotes de Semana Santa.

Cierto, lo realmente grave de la reata de indeseables citados hasta aquí son su ideología y sus métodos. Pero esa gente carece de sentido del humor y no hay que desatender la labor de zapa consistente en ridiculizarlos, que si es constante e ingeniosa contribuye mínimamente a su desaparición del mapa. El hecho de que lo peor de la sociedad muestre tan mal gusto --obsérvense, en comparación, los trajes impecables de Emmanuel Macron y los discretos modelitos de Angela Merkel-- no puede ser desaprovechado por sus detractores. Y además se lo pasa uno muy bien. Yo todavía me estoy riendo con la llegada a Vladivostok del zampabollos norcoreano y quedo a la espera de su próxima charlotada, pues el Brillante Camarada es de los que nunca te defraudan.