A veces da la impresión de que, en España, ni el Estado es una cuestión de estado. De ahí que esos nuevos Pactos de la Moncloa que se ha sacado felizmente de la manga Pedro Sánchez parezcan una quimera, puede que bienintencionada. Yo creo que si el Estado fuese una cuestión de estado no tendríamos un gobierno de coalición en el que uno de sus miembros solo vive para cepillarse lo que llama despectivamente “el régimen del 78”, que aspira a sustituir por no se sabe muy bien qué. Si el Estado fuese una cuestión de estado, ese gobierno de coalición no debería fiar su futuro a ciertos partidos periféricos a los que España les importa un rábano porque aspiran a la independencia de sus territorios y, mientras tanto, a ir pillando lo que puedan de lo que consideran un país vecino. Lamentablemente, eso es lo que hay. De ahí que ese necesario pacto de estado que reclama Sánchez ante la crisis del coronavirus sea, al mismo tiempo, de cajón y casi imposible de conseguir porque nadie cumple con su deber.

Para empezar, Sánchez es un político con una prioridad clarísima: atornillarse al sillón presidencial el mayor tiempo posible, recurriendo al apoyo de una gente de la que la más elemental prudencia debería llevarle a alejarse como de la peste, ya que con Podemos y con los separatistas no se puede ir ni a la esquina. Para continuar, la oposición presentable se limita a entonar el mítico estribillo de Celia Cruz Quítate tú pa ponerme yo, con el que solían concluir los míticos conciertos de la Fania All Stars (aunque hay que reconocer que Ciudadanos, libres de la presencia ominosa y suicida de Albert Rivera, muestra algo más de buena intención que el PP, donde se celebran todas las meteduras de pata de Sánchez, gracias a las que aspiran a desalojarlo del poder lo antes posible). La oposición impresentable (o sea, Vox) se ajusta fielmente al lema Si no puede ayudar, moleste: lo importante es participar, y todo lo que no sea llevar a juicio (o directamente al paredón) al gobierno por negligencia criminal le parece una pérdida de tiempo. En cuanto a los separatistas, son como el escorpión de la fábula y está en su naturaleza cargarse cualquier intento de que las cosas mejoren en España porque ellos solo piensan en su república de luz y de color.

Con semejante panorama --un arribista en la presidencia, una gente en la oposición para la que el patriotismo solo está vigente cuando gobiernan ellos y unos fabricantes de fronteras internas infiltrados en un parlamento que se supone que no es el suyo--, ya me dirán ustedes a qué pactos salvíficos se puede llegar para hacer frente a la catástrofe financiera que se nos viene encima. Puede que esos pactos le interesen al pueblo español, pero sus políticos prefieren seguir a la greña unos con otros y cada uno a su bola. ¿Pactos de estado? Eso es para los alemanes. Lo nuestro, al parecer, sigue siendo convertir el parlamento en Puerto Hurraco.

Se agradece el cambio de actitud de Ciudadanos, pero se hubiese agradecido aún más que, en su momento, se hubieran prestado a un gobierno de coalición con el PSOE para alejarlo de las malas compañías. Todos habríamos salido ganando, hasta Rivera, que sería vicepresidente de la nación en vez de tener que volver a ejercer de abogado. Eso hubiese sido un asunto de estado bien abordado, en mi opinión; sobre todo, conociendo a Sánchez y sabiendo que, con tal de detentar el poder, era capaz de pactar con lo primero que se le pusiera a tiro. No pudo ser y, como dice el refrán, no hay que llorar por la leche derramada, pero ahora estaría bien que el PP siguiera el ejemplo de Ciudadanos y le aflojara a Sánchez la soga que él mismo se ha puesto al cuello. Desde mi punto de vista (no tengo otro), lo fundamental es librarse de Podemos y de los separatistas para abordar esos nuevos pactos de la Moncloa.

Siendo Sánchez como es, si ve que conserva el sillón deshaciéndose de su molesto socio de gobierno y de los discutibles apoyos externos de los independentistas, no creo que le cueste mucho cambiar de compañías. Evidentemente, hay que dejar de insistir en la manía de desintegrarlo o, por lo menos, esperar educadamente a las próximas elecciones generales para intentarlo. Si los defensores del denostado régimen del 78 no se ponen de acuerdo ni en esto, se merecerán ser barridos por los bolcheviques de estar por casa y los fundadores de las repúblicas de la señorita Pepis, con las funestas consecuencias que de ello se derivarían para ustedes y para mí, queridos lectores.