Ante la peculiar actuación de la justicia europea --Bélgica, Alemania, Suiza, Gran Bretaña-- en lo referente a nuestros queridos políticos independentistas fugados o en el talego, la reacción más primaria es la de Vox, que recurre, como el Capitán Trueno, al Santiago y cierra España para proponer nuestra salida de la UE al sentirnos los españoles de bien humillados y ofendidos por lo bien que les ha salido la jugada a los golpistas catalanes. Como yo creo en (la idea de) Europa, considero que hay que acatar sus decisiones judiciales por mucho que me revienten, pero la costumbre tradicional entre nosotros es aplaudir las resoluciones de la justicia europea cuando nos favorecen y denigrarlas cuando nos contrarían. Puchi no escapa a esa dicotomía imbécil: cuando Europa pasaba de él como de la ratafía, el viejo continente era una mierda pinchada en un palo sostenido por fascistas; ahora que le han dado la acreditación provisional para acceder al parlamento supranacional, Europa es la cuna de la democracia. Daba gusto verle deambular por el parlamento europeo con su fiel Comín, blandiendo orgullosos su identificación como hacía Mr. Bean con su tarjeta de crédito cuando entraba en una tienda.

Creo que algo ha debido hacer mal la justicia española para conseguir estos resultados tan poco apetecibles, pues sus demandas se enfrentan a unos burócratas que siguen las reglas comunitarias. Otra cosa es que esas reglas se presten más o menos a la discusión. Yo no entiendo, por ejemplo, que un tipo perseguido por la justicia española --o sea, un delincuente-- pueda ocupar su escaño en ningún parlamento. Tampoco entiendo por qué se dejó a dicho delincuente presentarse a unas elecciones: si el asesino de Diana Quer, conocido como El Chicle, quiere salir del trullo, le bastaría con crear un partido político, conseguir el voto de miles de orates y hacerse con un escaño en el parlamento europeo, como Puchi. No le veo la lógica a dejar que el fugitivo Puigdemont se presente a unas elecciones para luego, cuando ha pillado el escaño porque tiene más fans que El Chicle, quejarse de que lo ocupe.

Más cosas que no entiendo: un presidiario como el beato Junqueras no debería poder presentarse a nada, como cualquier preso común. Sus derechos ciudadanos deberían estar desactivados al estar cumpliendo una pena de cárcel, pero parece que no, que también se puede presentar a lo que quiera mientras luego no tenga el cuajo de querer cumplir con el cometido que le han encargado sus votantes. Es como lo de aceptar la independencia de una región como idea que si se intenta hacer realidad lleva a los responsables de la asonada civil a prisión. Tengo la impresión de que hay varios asuntos sobre los que no nos aclaramos, y luego pasa lo que pasa.

Puestos a no entender, no entiendo tampoco qué hace Pedro Sánchez intentando formar gobierno con la ayuda de un partido independentista cuyo líder lleva más de dos años a la sombra. Si aceptamos que el beato Junqueras es un criminal condenado, ¿no deberíamos considerar a sus secuaces como una banda a desarticular cuanto antes? Pero me temo que soy el único español que no entiende nada de nada, pues la mayoría de mis compatriotas parecen tener conocimientos profundos de derecho, como se deduce de artículos de prensa, opiniones en voz alta y soflamas en el gallinero de Twitter. Eso sí, todos mis conciudadanos, constitucionalistas o separatistas, están de acuerdo en una cosa: la justicia europea es fantástica cuando les da la razón y es una porquería cuando les lleva la contraria. Yo solo me atrevo a decir que la idea de Europa es mejor que la Europa real, donde la confianza entre estados miembros no existe y donde los delincuentes pueden formar parte del parlamento. Como solía decir el comisario Maigret, aquí hay algo que chirría.