Sigo sin entender el motivo y alcance de la moción de censura al Gobierno de Pedro Sánchez por esa unión, aparentemente contra natura, de Vox con un provecto economista que, a sus 89 años, se veía con ánimos de convertirse en el próximo presidente de la nación (aunque no pueda hacer otra cosa que alabar su optimismo). La moción de marras no tenía ninguna posibilidad de salir adelante, motivo por el que me pregunto: ¿tal como está el patio, de qué sirven las iniciativas políticas que no sirven para nada, más allá de alimentar el ego de los señores Abascal y Tamames? Juiciosamente, el PP de Núñez Feijóo se situó au dessus de la melée porque una cosa es ser de derechas y otra, perder el tiempo y hacer el ridículo (por no hablar de dejarse ver con malas compañías). Dicen que el responsable de la ideaca fue Fernando Sánchez Dragó, a quien Dios le conserve la vista como representante del frente de juventudes de Vox y al que debió costarle tanto encontrar a un presidenciable mayor que él que tuvo que apañarse con Ramón Tamames, que le saca tres años. En total, dos días de actividad parlamentaria tirados a la basura y en el que los únicos que han sacado algo han sido los del PP. Podría haber sido una buena oportunidad para que el PSOE brillara con luz propia, desmontando los argumentos del señor Tamames (algunos muy razonables, todo hay que decirlo), pero Sánchez y los suyos se limitaron a dar una serie de mítines sobre lo bien que lo hacen ellos y lo mal que lo hacen todo los demás. Jugando con ventaja, además, ya que el exordio de Tamames se había filtrado convenientemente a la prensa y los sociatas tuvieron tiempo para preparar el contraataque.

Se ha especulado mucho sobre los motivos de Ramón Tamames para sumarse al sarao, y casi todas las opiniones apuntan hacia un ego desmesurado y a la necesidad de sentirse vivo y relevante. Sobre qué pinta un excomunista con los de Vox no hay gran cosa que decir: nuestro hombre ya pasó en su momento del PC al CDS de Adolfo Suárez, lo cual demuestra, en el mejor de los casos, un peculiar eclecticismo y, en el peor, unas ganas de figurar a cualquier precio. Por lo que pude ver de su discurso (que ahora ha sacado a la venta vía Amazon, a ver si, por lo menos, saca unos euros de toda esta pampringada), a veces sostenía argumentos razonables y a veces se le iba la olla. Si hubiese un poco más de materia gris en el actual PSOE, en cualquier caso, podrían haberle destrozado, pero los rollos de Sánchez, Díaz y, sobre todo, de Patxi López, no fueron más que una colección de obviedades y medias verdades que no eran precisamente para hacerse daño en las manos aplaudiendo. De hecho, la única utilidad del espectáculo ha sido dar esquinazo a los europarlamentarios que venían a interesarse por el uso gubernamental del Pegasus israelí, objetivo plenamente logrado para desesperación de los independentistas catalanes, a los que Sánchez se lleva toreando desde lo de la mesa de diálogo. Y los únicos que han sacado algo de este ridículo rifirrafe han sido, insisto, los del PP, que así han podido presumir de ser la derecha civilizada. Tengo la impresión de que Abascal se ha pegado un tiro en el pie y de que Tamames debería aprovechar el poco tiempo que le queda en este mundo a tareas algo más estimulantes que encabezar una moción de censura que no tenía la más mínima posibilidad de prosperar (querido tocayo: la próxima vez que se te acerque Sánchez Dragó con una de sus ideas de bombero, corre todo lo que te permitan tus viejas y cansadas piernas).

Como ciudadano español, mi sensación tras el espectáculo en el Parlamento es que me han tomado el pelo, algo a lo que estoy acostumbrado, pero no a este nivel. Sí, encontré algún que otro pasaje razonable en las jeremiadas de Tamames y hasta en las respuestas triunfalistas de Sánchez (en las de Díaz y López, solo palabrería progresista y cierta tendencia al filibusterismo). Mi progresiva desconfianza en toda la política española, eso sí, se ha visto reforzada, así como mi paulatina tendencia a acabar engrosando las filas de los abstencionistas a la hora de votar. ¿Esto es todo lo que da de sí la política española? ¿Perder dos días con algo que no lleva a ninguna parte? ¿Para eso les pagamos el sueldo a nuestros (supuestos) representantes? Miren, señores diputados, por mí pueden irse todos al carajo: Sánchez, López, Díaz, Abascal y Tamames. Y, ya puestos, Irene Montero y Núñez Feijóo. ¿Me dejo a alguien? Ah, sí, a la absurda de Ángela Rodriguez, alias Pam, la defensora de la masturbación feminista frente al coito heteropatriarcal. Sobre todo, a esta, aunque no participara en el sainete de la moción de censura (lo cual fue una lástima, ya que, por lo menos, con Pam siempre te ríes, aunque sea de ella y con ella).