El refrán que da título a este artículo le cuadra a la perfección --¡y en un sentido literal!-- a la redacción de la revista parisina Charlie Hebdo, que pagó con sangre su derecho al humor y a la libertad de expresión y no afloja en sus convicciones, como demuestra la hilarante portada de su último número, en la que se ve al primer ministro turco, el señor Erdogan, sentado en un sillón en calzoncillos, cerveza en mano y levantando la falda de una mujer que sostiene una bandeja con dos copas y sonríe al observar que sus nalgas han quedado al descubierto. En privé il est tres drole (En privado es muy divertido), nos informa el titular. Como podemos comprobar de nuevo, en Charlie Hebdo no se arrugan ante los fanáticos del islam ni ante los pusilánimes occidentales que les consideran unos provocadores (insinuando, en el fondo, que se merecen lo que les pase). Como dicen los anglosajones, that´s the spirit. Que la actitud tenga rasgos suicidas no le quita mérito. Por el contrario, demuestra que aún queda gente dispuesta a jugarse la vida para hacer frente a la intolerancia, el fanatismo religioso y la imbecilidad (ya lo dijo Borges: sobrevaloramos la maldad e infravaloramos la estupidez).

Intuyo que a Erdogan no le habrá hecho ninguna gracia la portada de Charlie Hebdo, pero así son las cosas en Occidente, muchacho, y si no querías que nos riéramos de ti, no haberte metido a paladín del islam. Si renuncias al deporte nacional --el exterminio de armenios-- para jugar a algo que no entiendes, no te quejes de que los que dominan lo que a ti se te escapa te pongan en tu sitio. Por no hablar de lo mucho que agradeceríamos por aquí que tu indignación se dirigiera contra el asesinato de inocentes en vez de llevarte a prohibir al buen musulmán que compre quesitos de La vache qui rit: no te hemos oído ni una palabra de condena para los tarados que se están dedicando a decapitar gente en Francia.

Occidente ha sufrido lo suyo para cuadrar a sus clérigos. Algunos de ellos, si pudieran, seguirían enviando a gente a la hoguera y deben contemplar con envidia a los países islámicos, que se siguen rigiendo por la (supuesta) ley de Dios en vez de por la de los hombres. Pero la mayoría ha acabado por aceptar su situación y por convertirse en un estamento tan (aparentemente) inofensivo como la banca o el ejército. Evidentemente, ninguno de estos tres poderes occidentales es realmente inofensivo, pero todos hacen el esfuerzo de disimular, y lo hacen tan bien que hoy día sale gratis burlarse de ellos; probablemente, porque saben que siguen cortando el bacalao y que las bromas a su costa no les afectan en lo importante. Hoy por hoy, en occidente, el ofendidito máximo es el islam, al que se la pela por completo que aquí tengamos la sana costumbre de reírnos del muerto y de los asistentes a su velatorio. Somos así, qué se le va a hacer.

De hecho, Charlie Hebdo solo es la versión contemporánea de Hara Kiri, semanario de los años sesenta (subtitulado Journal bete et mechant) cuyo humor bestia y malvado nunca dejó de traerle problemas con nuestros intolerantes. Los ajenos no alcanzaban en esa época los entre seis y siete millones de islamistas que Francia acoge en la actualidad, algunos de los cuales parecen sentirse con derecho a decirle al anfitrión lo que puede y no puede hacer en su propia casa. Se supone que la mayoría de esa población árabe es gente moderada cuyo temor de Dios no le lleva a bendecir el asesinato, pero, en ese caso, se agradecería oírselo decir en voz alta: callar ante las decapitaciones y luego ponerse a hablar de islamofobia empieza a ser de una hipocresía insultante.

Si el islam francés no quiere poner en su sitio a sus fanáticos, a sus idiotas del horror (que diría Battiato), lo tendrá que hacer el estado laico francés, como parece ser la intención del gobierno del señor Macron, por mucho que le moleste al sátrapa turco y a todos esos líderes religiosos vociferantes que salen por la tele dando vivas a sus estúpidos yihadistas, pateando fotos de líderes mundiales desafectos, quemando banderas de países infieles y desaprobando el consumo de quesitos de La vache qui rit. Que haya una pandilla de imbéciles deseosos de hacernos volver a todos a los tiempos de las cruzadas es grave, pero aún lo es más que quienes deberían desautorizarles les rían las gracias y les digan a los muertos que bien muertos están por hacer bromas sobre la religión. Por no hablar de que la principal obligación del emigrante no es integrarse --que se agradece, pero no es obligatorio--, sino no molestar, que no en vano es el undécimo y apócrifo mandamiento del cristianismo.