Las tragedias que se alargan demasiado corren el peligro de convertirse en farsas, y no me refiero al prusés. Pienso en el largo encierro de Julian Assange en la embajada de Ecuador en Londres, cuyo último capítulo es la prohibición al recluso de conectarse a internet, pues el embajador está hasta las narices de que el ilustre refugiado le busque problemas con España a base de tuits a favor de Puigdemont y sus secuaces. Es un castigo como de niños, el equivalente contemporáneo de irse a la cama sin cenar, aunque no es del todo descartable que eso también se lo acaben haciendo al pobre Julian.

Reconozcámoslo, el señor Assange está tan entre rejas como su admirado Puchi. Lleva más de cinco años metido en un piso de Londres sin poder salir a dar un garbeo. Cinco años abusando de la paciencia de sus anfitriones. Nadie quiere vivir en una casa con "bicho" --que es como llaman los promotores inmobiliarios a los edificios que se compran con los inquilinos dentro--, y supongo que el embajador ecuatoriano no será una excepción. Seguro que, como en un viejo cuento de Wodehouse, al embajador le gustaría dejarle a Assange en la mesilla de noche sendos horarios de trenes y aviones, para ver si capta la indirecta y se larga. Pero, claro, si se larga lo trincan, lo extraditan a los Estados Unidos de Trump y me lo envían a Guantánamo. La situación, además de complicada, empieza a ser ridícula. Tanto que daría para una comedia de situación con episodios de media hora protagonizada por Assange, el embajador, la mujer del embajador y algunos secundarios de la legación, más las apariciones esporádicas de Pamela Anderson, en lo que podría ser su retorno al audiovisual por la puerta grande.

El caso da para una comedia de situación con episodios de media hora protagonizada por Assange, el embajador, la mujer del embajador y algunos secundarios de la legación, más las apariciones esporádicas de Pamela Anderson

La premisa sería la grima que le tienen todos a Assange por el trabajo que da: hay que lavarle y plancharle la ropa, cortarle el pelo, ir a comprarle la prensa, conseguirle sus comidas y bebidas favoritas, nutrirle de preservativos para las visitas de Pamela (ella dice que lo suyo es platónico, pero yo no me lo creo, y aunque lo sea, puede dejar de serlo por necesidades dramáticas). Lo de internet daría para un episodio. En otro lo podrían usar de canguro mientras el embajador y su esposa se van al cine. En otro, les puede fallar un camarero en una recepción y verse obligados a sustituirlo por Julian. Y así sucesivamente. Para crear un poco de tensión permanente, la mujer del embajador podría querer mucho a Assange, mientras que el embajador lo detesta...

La historia también se presta para un reality show modelo Gran hermano o Supervivientes. Pero se perdería la intriga de saber quién gana cada edición, pues en este caso, por la cuenta que le trae, siempre ganaría el gorrón de Julian.