En un viejo episodio de Los Simpson, Homer participa en un concurso de la tele que lleva por título How low can you go? (¿Cuán bajo puede usted caer?), en el que los concursantes son sometidos a todo tipo de pruebas humillantes. Me vino a la cabeza --junto al clásico de Santana Black magic woman-- ante las últimas novedades del caso Cifuentes, que si ya era cutre a más no poder desde un buen principio --¿a quién se le ocurre poner en peligro su carrera por un máster de pegolete que, además, nadie le ha exigido que tenga?--, ha alcanzado en sus últimas fases las simas más profundas del bochorno.

La charlotada empezó con un video de 2011 en el que la entonces vicepresidenta de la Comunidad de Madrid es trincada en un Eroski del barrio de Vallecas afanando dos cremas anti-edad a veinte euros el frasco. No estamos hablando de mangar un fular de Hermes, un bolso de Chanel o unas bragas de Carolina Herrera, hurtos que, aunque igualmente censurables, tendrían algo de glamour, sino de unas inútiles cremas antienvejecimiento que se puede permitir cualquier trabajadora que cobre el salario mínimo. No entraremos en el espinoso tema de la procedencia de ese vídeo, que debería haber sido destruido en treinta días, según la ley, porque a cualquiera se le ocurre que lo tenía a buen recaudo algún adversario político de la señora Cifuentes, seguramente de su propio partido: no me extrañaría que Inda lo hubiese recibido en un sobre con membrete de la Moncloa. Pero sí comentaremos el dato que viene a continuación: resulta que Cristina Cifuentes podría ser cleptómana. A partir de ahí, se disparan las especulaciones. Según algunos, habría mantenido una relación sexual con Ignacio González, otro político de una honradez sin mácula. Y ya entrando directamente en el delirio, hay quien dice que Cifuentes practica las negras artes del vudú y que se han encontrado muñequitos reciclados en acerico que recordaban a ciertos miembros del partido.

¿Qué será lo próximo? ¿Misas negras en el Joy Eslava? ¿Sacrificios humanos en ciertos rincones oscuros del Retiro a medianoche?

¿Qué será lo próximo? ¿Misas negras en el Joy Eslava? ¿Sacrificios humanos en ciertos rincones oscuros del Retiro a medianoche? ¿Descubriremos que Cifuentes es, en realidad, una transexual satanista que admira a Aleister Crowley y Anton LaVey? Confieso que me encantan todas esas posibilidades, pues introducen en la habitual corrupción de los populares un elemento paranormal que hace mucho más entretenidas sus mangancias. Hasta ahora, solo nos ofrecían pícaros y ladrones, por lo que la entrada en el mundo pepero de la cleptomanía, el vudú y puede que el satanismo constituye un avance conceptual significativo que, personalmente, encuentro muy estimulante.

Puestos a hundirse, mejor hacerlo desde el delirio total que desde el más prosaico latrocinio. Pero es mejor que no me haga ilusiones: el próximo juicio a Ruiz Gallardón hace temer que el PP vuelve a lo de siempre, el choriceo y la componenda sin elementos extravagantes. Aplaudo desde aquí a la cleptómana del vudú por haber intentado innovar la rutinaria carrera criminal de su partido.