Con la saga-fuga de J.C. están saliendo republicanos de debajo de las piedras mientras intenta imponerse una corriente de opinión según la cual la monarquía es un espanto y hay que sustituirla lo antes posible por una república. Yo creo que la monarquía es un anacronismo, pero no forzosamente un espanto. La república, en sí, no garantiza nada, y mucho menos la felicidad de los ciudadanos, que es lo que parecen insinuar todos los que aseguran que ya tardamos en organizar un referéndum para ver cuales son las preferencias de los españoles con respecto a su ordenamiento político. Esos entusiastas dan por sentado que toda república es, por definición, progresista y de izquierdas, cuando la realidad nos indica que eso no siempre es así. Hay monarquías parlamentarias democráticas, como la española y la británica, y hay repúblicas reaccionarias y represivas, como la húngara y la polaca. Yo, francamente, prefiero las primeras a las segundas. Y aprovecho para recordarles a todos los pabloides de este país que esa república con la que sueñan podría acabar presidida por Pablo Casado o Santiago Abascal. ¿Qué dirían entonces? ¿Que eso no es una república ni es nada porque ellos anhelaban un nuevo orden progresista? Pues San Joderse cayó en lunes, amigos: con una república a lo Viktor Orban hasta echarían de menos la figura de un monarca que le parara los pies al energúmeno de turno.

El principal problema de nuestros republicanos es que dan la impresión de haberse quedado atrapados en los años 30, en una España que no tiene nada que ver con la actual, a cuya mejoría contribuyó en su momento el emérito fugado, antes de arruinar en sus últimos años una hoja de servicios bastante limpia por su amor al dinero y a las carnes más o menos prietas. De hecho, nuestro republicanismo súbito consta de dos sectores: los pabloides deseosos de ganar la Guerra Civil que perdieron en 1939 --y que cuentan con su propia versión especular, los abascales, que aspiran a ganar la guerra por segunda vez, eliminando de paso a los que se les escaparon la primera-- y los separatistas, que siempre encuentran en la posibilidad de que haya una república en el país de al lado un aliciente para construir su propia republiquita.

No tengo la impresión de que a la mayoría de mis compatriotas les urja tanto la república como a los votantes de Podemos, ERC, Bildu o el BNG. En España hay monárquicos de voluntad (pocos) y monárquicos de conveniencia (entre los que me incluyo). En el supuesto de que se llevara a cabo el referéndum de marras y esto se convirtiese en una república, no veo en qué mejoraría eso mi existencia y la de mis conciudadanos. Quien quiera creerse que la república acabaría con la pobreza, con las desigualdades sociales, con la corrupción política y con todas las inmundicias que distinguen a las sociedades occidentales, que se lo crea, pero yo ya soy muy mayor para tragarme según qué cuentos.

La monarquía, ya lo he dicho, es un anacronismo, pero nuestros republicanos, encabezados por Pablo Iglesias, no le van a la zaga: son rancios, viejunos, guerracivilistas y, en muchos casos, peligrosamente estúpidos. Lamento mucho que llegaran tarde a la Guerra Civil, al franquismo, a la Transición y a la democracia. Comprendo que nos detesten a los que, de una u otra manera, creamos esa entelequia a la que llaman el "régimen del 78". Estamos mayores y supongo que nos merecemos ser sustituidos y, tal vez, eliminados. Pero que no nos vengan con arcadias republicanas que, como la famosa purga de Benito (esta referencia ya era rancia cuando la usaba mi padre), lo van a arreglar todo. Bienvenida sea la república si llega algún día, pero hay que ser muy tonto para creer que con ella llegará la felicidad para todos los españoles. Y también hay que ser muy tonto, o muy malintencionado, para priorizar el temita entre todas las desgracias que nos acechan a la vuelta de la esquina.