Aún conociendo al personaje (y sabiendo de lo que es capaz para salvaguardar su poltrona), debo reconocer que la comparecencia de Pedro Sánchez el otro día para comentar lo de Santos Cerdán me pareció asombrosa. Ese rictus apesadumbrado (y resaltado por un maquillaje propio de un tanatopráctico: el Gobierno se ha gastado 120.000 euros en maquillaje para el presidente durante los últimos cuatro años), esa expresión de a-mí-que-me-registren, esa cara de yo-no-fui (como diría Rubén Blades)…
Y, sobre todo, esa voluntad de presentarse como víctima de un mangante que nunca mereció su confianza, aunque la depositara en él durante 14 años… Una vez más, como cuando la retirada estratégica de cinco días para decidir si valía la pena seguir protegiéndonos del fascismo, nuestro hombre recurría al sentimiento. No a la triste realidad, ni a las pruebas innegables, no, a los sentimientos, que le permitían presentarse como un pobre tipo traicionado por quien más quería y que, por consiguiente, merecía ese perdón que mendigaba, pero que no requería su dimisión ni una convocatoria de elecciones ni nada de nada, ya que el gran proyecto socialista de regeneración democrática está por encima de las miserias humanas. Con una comisión de investigación, vamos que chutamos.
De la célebre banda del Peugeot (que igual era robado, como dice un meme de Facebook) ya solo queda Sánchez por imputar. Cayó Koldo García. Cayó José Luís Ábalos. Cayó Santos Cerdán. Pero Pedro ahí sigue, más solo que la una, pero con la intención de acabar la legislatura, algo que sólo podría cumplir si no sale más basura de parte de los señalados por corrupción y tareas de comisionista, lo cual va a resultar difícil. Como sabemos todos los que hemos visto películas de gánsteres, los sicarios detenidos pueden llegar a pactos con la fiscalía si delatan al capo di tutti capi. Y cuando se vean en el talego, tengo la impresión de que Koldo, Ábalos y Santos van a cantar todo lo que sepan.
Si Sánchez no se enteró de nada, será un incompetente y nada más. Pero si dirigía la banda, se le va a caer el pelo. Y no sé ustedes, pero a mí me resulta difícil creer que un control freak de las dimensiones de nuestro Pedro, sin cuya aprobación nadie mueve un dedo en el PSOE, se tirara 14 años sin saber a qué se dedicaban su número dos y su número tres (al que se acusa, incluso, de haber recurrido al pucherazo en las elecciones que Sánchez se supone que le ganó a Eduardo Madina).
Aquí huele a muerto. Y Felipe González se ha dado cuenta, como podía deducirse de la sonrisa de palmo y medio que lucía el otro día en un acto de homenaje al difunto Rubalcaba (su posible sustituto de Sánchez: Eduardo Madina). La ejecución de Pedro Sánchez no ha hecho más que empezar. Y ahí estamos todos, leyendo la prensa cada día para leer los nuevos informes de la UCO (“Creo en la UCO”, clamó González) y asistir a esta tormenta de mierda.
Si el PSOE aspira a sobrevivir y no sufrir el triste destino del socialismo francés tras François Hollande, debe deshacerse de Sánchez cuanto antes. No sé si es el jefe de la banda criminal que ha cubierto de oprobio al partido pero, aunque no lo sea, las canalladas financieras se han llevado a cabo durante su presidencia y debería responsabilizarse de ellas de una manera digna que pasa por la dimisión y la convocatoria de elecciones.
Enhorabuena por la resiliencia (o jeta extraordinaria), por la apelación a los sentimientos cuando se habla de delitos graves y por el tétrico maquillaje que potenciaba su presunta desolación moral. Pero me temo que todo eso no basta. En fin, ya que no quiere acabar cuanto antes con su infortunio, éste le va a llegar por fascículos, como a todos nosotros, pero con la diferencia de que la diversión matutina con la lectura de la prensa no formará parte de su experiencia personal.