En un viejo episodio de Los Simpson, Homer acude a un concurso televisivo titulado How low can you go? (¿Cuán bajo puede usted caer?). Ese programa imaginario no existe en España, pero de existir, debería inaugurarlo Jordi Pujol, pues cuando todos creemos que no puede caer más bajo, nos sorprende con un nuevo episodio de corrupción, ya sea protagonizado por él o por cualquier miembro de su espantosa familia. Ahora le ha tocado a la parienta, con su fantástica notita de tono eclesiástico en la que solicita a su banquero andorrano que le pase unos monises a Júnior de la manera metafórica que ustedes ya conocen. Y, ya puesta, se inventa una nueva divisa, el misal.

El latrocinio perpetrado por ella y los suyos no sería más que una compensación a la baja por todos los sacrificios que han hecho por la patria

Doña Marta podría haber recurrido a otra identidad metafórica, pero optó por la religiosa porque, como dijo el famoso obispo, Cataluña será cristiana --hasta en el momento de trincar, añado yo-- o no será. Podría haberse hecho pasar por carnicera y solicitar dos kilos del mejor buey para su vástago, pero prefirió travestirse de madre superiora y convertir a su hijo en cura. Y es que la buena señora siempre ha sido muy de misa y, probablemente, cree que Jesucristo nació en Manlleu --según la siempre fiable información del riguroso historiador alternativo Víctor Cucurull--, lo cual supera esa teoría vasca --¿humorística?-- según la cual la humildad del hijo de Dios se demuestra en haber nacido en una aldea del quinto pino, cuando podría haberlo hecho tranquilamente en Bilbao.

Los curas son una presencia constante en el nacionalismo. Que se lo pregunten a los vascos. O a nosotros mismos, que hemos tenido que aguantar a personajes lamentables como Xirinacs, las monjas Caram y Forcades y el abad de Montserrat de turno. Pujol fue íntimo amigo de mosén Ballarín, que seguía creyendo en su inocencia cuando nadie más lo hacía. Los nacionalistas son gente de misa y excursión, ésta, a poder ser, en la bendita compañía de algún miembro de la clerigalla. Por eso, no es de extrañar que esa señora altiva y racista, convencida de que Cataluña se está portando fatal con ella y con su familia, adopte la personalidad de madre superiora de la congregación para sus trapisondas: el latrocinio perpetrado por ella y los suyos no sería más que una compensación a la baja por todos los sacrificios que han hecho por la patria.