Entre todo el dinero que los catalanes tiramos por el retrete cada año en vistas a mantener nuestra prosapia internacional, hay una partida que suele pasar desapercibida gracias a su apariencia de chocolate del loro: la pasta que invertimos en privilegios para los ex presidentes de la Generalitat y que éstos dedican a despachos, burócratas, guardaespaldas, coche oficial y demás chollos que se podrían ahorrar en beneficio de la maltrecha economía catalana de estos tiempos de crisis. Muerto el perro, se acabó la rabia, dice el refrán. Y una vez has dejado de presidir la Generalitat, añado yo, búscate la vida y trata de vivir de algo que no sea el erario público, aunque eso sea de lo que has vivido desde siempre.

Por si no tuviésemos bastante con los okupas convencionales, nos han caído encima los de alto standing y finca regia

Curiosamente, el ex presidente que más dinero nos saca al año es el más anodino, José Montilla, cuyo despacho en la Diagonal cuesta una pasta gansa y nadie sabe muy bien para qué sirve. ¿Para preservar el pensamiento profundo del sujeto que empeoró aún más la situación que dejó Pasqual Maragall? ¿Pero no está calentando un escaño en el Senado? ¿Para qué hay que ponerle además un despacho de lujo, con sus siervos, su chofer y una secretaria que le lleve la agenda más vacía del mundo? Pujol se quedó sin fundación, sin despacho y sin nada después de reconocer públicamente que era un evasor de impuestos del sector separatista. El pobre Maragall está muy enfermo y tiene su oficina reducida a la mínima expresión. Artur Mas se ha hecho con un zulo en el Palau Robert porque ese edificio está a disposición del Régimen para lo que haga falta, ya sea organizar exposiciones patrióticas o realojar a políticos incompetentes que se han cargado su propio partido y han metido cizaña a conciencia entre la población. Por mí, ya pueden ir arreglando el cuarto de las escobas para cuando Cocomocho necesite un despachito, algo que sucederá más pronto que tarde con el glorioso futuro inmediato que aguarda a los restos de Convergencia.

Por si no tuviésemos bastante con los okupas convencionales, nos han caído encima los de alto standing y finca regia, una pandilla de patéticos salvapatrias que nunca habrían debido presidir ni una comunidad de vecinos ni el capítulo local del club de fans de Mickey Mouse. La dicha de habernos librado de ellos se ve enturbiada por la costumbre de mantenerlos hasta el día del juicio. Cierto es que cada nuevo presidente hace buenos a los anteriores, pero no me parece que ése sea motivo suficiente para que los llevemos subidos a la chepa hasta que Dios los acoja en su gloria.