Si un político tiene las manos muy largas o pilla un buen día una tajada de capitán general, el partido al que pertenece no debería verse afectado por ello. Después de la dimisión de Alex Garrido, de ERC, tras haber sido grabado en video en el transcurso de una cogorza descomunal, mi opinión sobre la parroquia del beato Junqueras sigue siendo la misma de siempre: considero a ERC una pandilla de carlistones rurales y chupacirios que, pese a su primera inicial, ni siquiera son de izquierdas. O sea, que el partido me da el mismo asco con o sin el señor Garrido, cuya metedura de pata, por cierto, tampoco me parece excesivamente grave: el hombre estaba en su derecho de pillarla en su tiempo libre (no iba al volante de un 4x4 atropellando a transeúntes y se dejó echar del bar en que se embriagaba sin montar ningún pollo) y no era necesario que se inventara los efectos del ayuno y de la solanera sobre las (supuestas) tres copas que se atizó. De hecho, estar permanentemente borracho me parece la única manera de aceptar la evidencia de que militas en ERC. Y Garrido solo se coció (que se sepa) una vez. Dimitir le honra y me lleva a pensar que no debe ser mal chico, aunque puede que esté influido por su físico, a medio camino entre Tintín y Kiefer Sutherland. Y hay que reconocerle a ERC que se toma muy en serio las debilidades y/o actividades irregulares de sus militantes: ¿alguien sabe qué ha sido de Alfred Bosch desde que lo trincaron tratando de proteger a un subordinado sobón? O se esconde muy bien o su cadáver yace en el fondo del lago de Banyoles.

No se puede decir lo mismo de la CUP, donde las actividades turbias gozan de una peculiar omertá, de una discutible tendencia a lavar la ropa sucia en casa, como demuestra que solo ahora nos hayamos enterado de que el misterioso émulo de Harvey Weinstein que rondaba por ese monumento político al feminismo fetén era Quim Arrufat, que se salió de la CUP en abril de 2019 con dos acusaciones a la espalda, una por abuso sexual y otra por acoso del mismo tipo. Ya fuimos testigos de esa omertá cuando Mireia Boya se fue a casa después de decir que en la CUP había tíos con las manos muy largas, pero sin identificar a ninguno de ellos. Las excusas de Arrufat no resultan muy convincentes: ¿cómo vamos a estar ante un intento de desprestigiar a la CUP cuando la abandonó hace más de un año y aquí el único que se desprestigia es él? Como en el caso del alcalde de Manlleu, mi opinión sobre la CUP sigue siendo la misma que antes de las acusaciones contra Harvey Arrufat y me da la misma mezcla de risa y grima.

Partidos que se dañan solo con existir tienen muy difícil el desprestigio. Con o sin Garrido y Arrufat, ERC y la CUP son dos excrecencias de la democracia española cuya desaparición sería el mayor favor que ambas formaciones podrían hacer a este bendito país. Si se les colaron un beodo ocasional y un (supuesto) tocaculos, ¿pues qué le vamos a hacer? Peor sería haber fichado a un asesino en serie o a un fabricante de ratafía. Eso sí, el premio a la transparencia se lo lleva ERC, más que nada porque se comporta como un partido ejemplar (aunque no lo sea) frente a la CUP, agrupación progresista y feminista de puertas afuera y tribu oscurantista de tintes mafiosos de puertas adentro.